La Semana Santa es uno de los tiempos más esperados y celebrados por el oriundo aricagüense, como en todas partes.
Lo que nos permite que tengamos un cúmulo de vivencias sobre este acontecimiento que va desde los símbolos bíblicos más religiosos del cristianismo, hasta los propios de su geografía, historia y cultura. Tanto así que muchas de sus costumbres y tradiciones tienen la apariencia de disimilitud o contraste con los principios más ortodoxos de este acontecimiento sagrado. Pero que no por eso deja de ser sustento de nuestra "alma aricagüense".
Ciertamente que contamos con muy pocos datos documentados sobre la larga trayectoria de esta festividad de nuestro pueblo y comunidades, pero basta con juntarnos unos cuantos como para que nos venga al recuerdo muchos acontecimientos transmitidos de generación en generación. Y aunque hoy en día se van dando grandes cambios con la llegada de las nuevas tecnologías que van desfigurando aquellos pintorescos cuadros del ayer, no falta quiénes con mucho por contar.
Bienvenid@s a este espacio de tradiciones, costumbres y mitos sobre las celebración festiva de la Semana Santa en Aricagua.
Porque ¡Así somos y de allí venimos!
(Semana Santa del 2024)
Bocacalle "La Glorieta"
El Madero Pascual Florecido
Las Palmas Victoriosas
Semana Santa en Aricagua:
Fe, Tradición y Cultura
I. En búsqueda de los orígenes
“La Semana Mayor”. Con este nombre le escuchamos a nuestros mayores de hace más de cien años atrás, designar y resaltar lo que hoy conocemos como Semana Santa.
Esto porque, en cuanto a tradición de fe, fue el primer anuncio de los discípulos y discípulas de Jesús, una vez ocurrida su muerte: “A Jesús de Nazaret que ustedes crucificaron, Dios lo ha resucitado” (cf. Hch 2, 22-24). Por lo que es aceptado afirmar que la primera predicación de los apóstoles se centraba en el misterio pascual: pasión, muerte y resurrección de Jesús-Cristo. Por tanto, a nivel histórico, es la primera celebración conocida entre los cristianos y su Iglesia, resaltando la novedad de la Nueva Pascua, dada como Nueva Alianza en Jesucristo, conmemorada en la fracción del pan o “Cena del Señor”.
A la llegada de los conquistadores y misioneros a nuestras tierras andinas, ya había transcurrido por lo menos un milenio y medio de esta primitiva celebración cristiana; entonces ya disponían para la celebración de la fe de un calendario litúrgico, con un sinfín de actos conmemorativos a lo largo del año civil. Sin embargo, la celebración de los “días santos”, como desde los inicios, seguía siendo el centro y culmen de toda acto conmemorativo y celebrativo de la Iglesia; por tanto, toda una tradición de fe expresada en una cultura, en este caso, la europea de entonces.
Ahora bien, nuestra pregunta es ¿Qué ocurrió para que en nuestros andes venezolanos, en específico merideños y aún más territorial en los Pueblos del Sur, en Aricagua, para que se fueran plasmando nuevas tradiciones hechas cultura en la celebración de la Fe Pascual o Semana Santa?
Vamos a darle rienda suelta a nuestra imaginación y pensar en muchas ocurrencias que pueden ser ciertas como divertidas. La primera es que los misioneros, en este caso agustinos, llegaron con el objetivo claro de convertir al cristianismo católico a todo el que se encontraran. Para ello la indumentaria de estos misioneros doctrineros, deambulantes, no era más que el hábito del monje, un altar tríptico portátil con la cruz al centro, la figura de la Virgen a un lado y San José al otro, más los utensilios de misa. De ahí el origen de nuestra fe cristológica y mariana en la zona. La segunda realidad, es que los nativos originarios de los pueblos aricaguos no eran nada fácil; al cobijo de las montañas selváticas, con flechas y cerbatanas supieron defender su soberanía, hasta ser difuminados en la reducción doctrinera y más tarde en lo que hemos llamado “progreso”.
Esta rigidez conflictiva entre el adoctrinamiento del misionero y la resistencia indígena que rápidamente condujo a la violencia (se habla de varios misioneros mártires en el lugar, aunque no se diga nada de los del lado indígena), necesariamente llevó a lo largo de dos siglos y más al manejo de estrategias misioneras y de convivencia más llevaderas y amenas. La primera estrategia, la comida, y la segunda el juego; todo dentro de un esquema de celebración religiosa.
Comer y jugar son dos actividades esenciales en cualquier civilización y cultura humana, de fácil religación a la trascendencia o conexión con la divinidad o deidades. Justamente la actividad misionera y humana de Jesucristo se da entre muchas celebraciones religiosas de su cultura y termina entregándose con una comida. Además, sus tres días de pasión y muerte no fueron nada silenciosos, todo sucedió en un escenario de fiesta mayor como lo era la Pascua judía, con mucho bullicio y alborotos, desde los mercaderes del templo hasta las muchedumbres que se agolparon frente a los diferentes palacios a gritar a favor o en contra de su juicio y condena. El punto clave de lo lúdico lo ponen los soldados ejecutores que para hacer más ameno el momento hacen mofa de Jesús, lo disfrazan de rey y luego echan a suerte esas vestiduras, porque de seguro eran de alto valor, pues eran telas o trajes concedidos por los palaciegos para darle más dramatismo y colorido a su diversión.
Al mismo tiempo, llama la atención el significado de nuestras comidas y los juegos que por siglos nos han acercado a lo divino de la fiesta pascual y se han hecho tradición y cultura genuina con nombre de Semana Santa: el pan y el pescado nos evoca a la cultura hebrea bíblica, en la que de alguna manera queda personificada la figura crística de Jesús; pero también el pan, la tortilla, la sopa, las ensaladas nos relacionan a la cultura europea española; las arvejas, el cacao, la mazamorra, la chicha, el dulce de coco o lechosa nos arraiga a nuestras delicias originarias.
En cuanto a los juegos, a penas decir unas pocas referencias de las tantas presentes, tomando en cuenta las más representativas por su origen: El bolo, el burro, el trompo, el dominó y las barajas. El naipe y en parte el dominó, eminentemente español, con toda la fuerza de la numerología china y árabe llegada por los califatos de Marruecos y Asturias, así como la recreación del imaginario de las figuras monárquicas y las estrategias militares de batallas. De ahí esa alegoría de la “vieja” (la reina), el caballo”, el bastón, la espada, la copa, el oro… recogida toda en la expresión sota, caballo y rey.
Mientras que el bolo, el trompo y el burro nos remiten por su origen a nuestras culturas ancestrales originarias. En las más remotas de nuestras antigüedades civilizatorias y culturales continentales, el juego de “bola” o “pelota” era de tradición ceremonial, a través del cual se loaba a las divinidades y se demostraba la fuerza y audacia de los guerreros. Por lo que el juego de “bola” o “pelota” era un arte de vida o muerte que se daba más que en sacrificio como una ofrenda a los dioses. Jugar a la “bola”, en el más hondo sentido antropológico y en el más arcaico principio de la lucha guerrerista, significaba jugar con el cráneo del enemigo vencido, es decir, se jugaba con las cabezas de los enemigos caídos en la batalla.
El trompo, originalmente de los andes, representaba para las culturas ancestrales, el movimiento del universo, la rotación de los planetas, la tierra en movimiento impulsada por el viento cósmico. La cuerda para bailarlo posiblemente era de colores, porque en ella estaba representada el arcoíris que es capaz de ceñir a la tierra. El baile del trompo hace relación a la danza que pone en armonía a la comunidad con el cosmos. Sin embargo, el juego del baile del trompo implica fuerza, violencia, destrucción. Que es lo que en Aricagua se conoce como “pipazo” (dar barrigazos con un trompo lanzado a través de la cuerda al trompo que está bailando). Lo cual indica que en ocasiones la armonía del cosmos y por tanto de la comunidad se desequilibra, como lo es en el caso de las colisiones de asteroides, las tempestades, los rayos, las centellas.
El burro ¡Ay qué animal tan peligroso! Existe la posibilidad que el llamado juego del burro, al igual que el trompo emule al movimiento cósmico astral, pero más en específico a la luna en su continua rotación sobre el planeta, en ese juego constante de coqueteo entre la tierra y el sol, apareciendo y desapareciendo entre luz y sombra. El mástil sobre el que se sostiene y gravita las cuatro aspas, indica el centro del equilibrio; estas aspas o brazos en forma de cruz indica los cuatro puntos o rumbos del cosmos. Los jugadores posados sobre los extremos de las aspas buscan la sensación de volar como las aves, como las estrellas, como el espíritu. Se trata pues, de un juego de resistencia, de no perder el equilibrio, porque si eso pasa el “carajazo” es sin compasión y mortal.
Así pues, que, sobre esta alegoría, un tanto complicada para la comprensión y el sentido común actual, los misioneros doctrineros de los pueblos y comunidades de los “aricaguas”, a lo largo del tiempo, fueron construyendo esa amalgama sincrética llena de sentido religioso y de vida comunitaria, tan rica y propia de nuestras culturas campestres que por siglo y hasta hoy nos hacen ser orgullosamente andinos y aricagüenses. Esa impronta particular que llevamos a todas partes, en el modo de celebrar la Semana Santa: fe devocional cristológica y mariana, algún plato de los siete potajes donde el pan casero pone la diferencia, y algo para jugar ya sea un naipe, un dominó, y si nos dan un campito montamos el bolo; el burro no por ser un animal muy peligroso y también porque la transnacional Disney nos copió el modelo con todos esos aparatos de plásticos.
II. La Semana Santa campestre y de ayer
Un hecho muy importante a reconocer es que cada lugar por su geografía, su clima y su gente tiene su historia y va construyendo sus propias costumbres y tradiciones que a la vez se van arraigando como un hecho devocional. Y al hablar de “los días santos” en toda la municipalidad aricagüense de seguro nos sale que cada lugar tiene su propia Semana Santa, su modo de hacerla y celebrarla; más si nos ubicamos en cada proceso o tiempo histórico.
De manera que no es lo mismo hablar y pasar una Semana Santa en el Pueblo que en cualquier aldea de nuestro vasto campo aricagüense; o en los demás pueblos hermanos como San Antonio de Campo Elías y Santa Cruz del Quemado. Comenzando porque la alegría del Pueblo y su economía depende del campesinado quien llena esos espacios de fiesta y celebración de algarabía y jolgorio. Pues el campesino sale al Pueblo, saluda a todo el que ve, siempre lleva algo para obsequiar a quienes les den posada, va a la Iglesia, reza y “oye la misa”, hace el trueque al bodeguero de su “café azul” o queso ahumado por “corotos”, le compra una “media mocha” al cantinero y se anima a hablar más gritado, y cuando el transporte era el caballo y la mula se lucía dando pasitrotes por las calles. Y entre más se arrecia la “juma”, más fuerte le sale el grito desafiando y preguntando quién es el más “arrecho”.
Mi Semana Santa aricagüense es campesina y de ayer, es decir del siglo pasado, el siglo XX. Y ¡así la recuerdo! Corrían las décadas de los sesentas, setentas y parte de los ochentas. Los aricagüenses nos debatíamos entre el apego a las costumbres heredadas de un largo recorrido histórico y el advenimiento en transición del modernizante “progreso” que comenzó con la llegada del carro, con la aparición de la radio y la linterna alimentadas por “pilas”, la camarita para el retrato, más tarde la electrificación parcial del Pueblo, las cocinas y neveras a “gas” (kerosene), las lámparas a gasolina, la trilladora a motor, la motosierra, la fumigadora y el veneno, el bikinis y los calzoncillos cortos y de color… Aún así, las costumbres y tradiciones celebradas en devociones y fiestas seguían su curso con nuevos acentos, pero sin poder arrancar del todos las raíces del pasado y lo propio de cada lugar.
1. Los preparativos
La inclemencia del sol de febrero, desde el día de la Candelaria en adelante, terminaba por pulverizar los pajonales de las lomas que por los meses de noviembre y diciembre lucían vestidas con espigas púrpuras de la espiga de la “Yeraguá”. Las quebradas y los ríos van mostrando sus causes menguados dejando al descubierto los arenales grises y las piedras lavadas. Los bosques de vegas y laderas se ven enralecidas tapizados por una alfombra ocre de hojarascas secas sobre la que germinan millares de garrapatas sedientas y el “coloraito” ombliguero y muchilero. Los pocos nubarrones sobrevivientes, aferrados en las colinas parameras, hacen caer de vez en cuando unas tímidas lloviznas que rápido se ahogan en las travesías polvorientas de los centenares caminos que enlazan a las aldeas. Entonces el campanario anuncia que está de vuelta el miércoles de ceniza.
Milagrosamente comienza a brotar el nuevo ciclo de vida en la floración anaranjada de los bucares y en las enramadas tejidas en las laderas en donde se abre el aromático cáliz nazareno de las orquídeas. Al mismo tiempo que las chicharras vuelven a revolotear del vientre de la tierra, donde permanecían escondidas por un año, para despertar a la floresta con chiflidos extravagantes. Desde ese momento, por todos los rincones comienza a penetrar el olor a Cuaresma.
Con la cruz de ceniza en la frente que no se borra por el resto de la vida, el aricagüense queda protegido para seguir transitando las tantas travesías por los siguiente cuarenta días y noches. Tiempo en el que “el Pata e’ Juso” queda suelto de sus ataduras infernales y con su cortejo de brujas y ánimas perdidas sale a buscar a quien se le atreviese en el camino. Han sido muchos los espantos y espantados que se han dado por estos caminos cuaresmales en mi tierra, como el perro sin cabeza que botaba bocanadas de candela, la mujer sin piernas que caminaba por la quebrada arriba, el muchacho mirón que no tenía ojos y las muchas brujas que amanecían pidiendo sal.
Nos hallamos en los sesentas y los setentas, con un poquito de los ochentas. Quince días antes de la Semana Santa, nuestras gentes comenzaban a prever los preparativos: la secada y pilada del café, principal rubro de intercambio comercial en cualquier lugar, y el mejoramiento de los arreos, con las fechas precisas de los viajes por hacer de acuerdo con los lugares o destinos.
Los primeros viajeros que salían eran los que se dirigían hacia Chameta y Pedraza la Vieja por los caminos de Santa Cruz del Quemao a Capitanejo, y se le decía “se fue pa’l Llano”. De allá se traía el pescado salado, el cacao, los cocos y unos bultos de maíz, como prevención para los tiempos de lluvia. Los siguientes viajes se daban a partir del lunes de la semana de dolores con destino a Ejido y/o a la “Tierra Fría”. Si se iba hasta Ejido se decía “voy pa´fuera”, y si sólo iba a Mucusurú, La Cabrera, San Pedro y Acequias, se decía “voy allí pa’ fuera”. En estas giras más comunes y concurridas se llevaba el café “pipa azul” para ser cambiado por harina de trigo, arvejas, macarrones, sal, aliños para el cacao, pescado salado, papas, zanahorias, remolachas, maicena, talvina o levadura… un tiesto, una olla, un pato de barro para servir el cacao, y si quedaba algo, un corte de tela para los camisones, un metro de liencillo para el colador y los calzones…
De esta manera, el jueves de esa semana preparatoria, los que podían juntarse a los arrieros con un burrito o una mulita fletada ya estaban de regreso con los “coroticos”, mientras que los dueños de arreos ya tenían lo necesario para ir colocando en los anaqueles de las bodegas, pues para el fin de semana se esperaba a mucha gente del campo que bajaban al Pueblo, desde el viernes de dolores y de manera especial y sin falta el domingo de ramos. Ir al Pueblo significaba hacerse presente en una actividad de precepto religioso y hacer las compras necesarias para la siguiente semana. Por lo que estos días previos estaban destinados a los preparativos de las compras mayores.
Pero los preparativos en ese fin de semana, también implicaba el cumplimiento de algunos trabajos duros, como el subir a las montañas a bajar leña, arrastrando enormes rolas por los “tiros”. En esta “aprontada” de la leña también era muy oportuna para cortar un buen gajo de jarillo, miguelico o la sepa de un naranjo agrio para la confesión de los trompos; también un buen palo de vero para el madrinero del “burro”. Otra faena que se daba por esos días era la cortada de la caña para la molienda. Aunque esto era un trabajo bastante forzado se veía como permitido hacerlo el viernes de dolores a pesar de su sentido festivo y con más propiedad el sábado que ya era un día de pequeños descansos. También se aprovechaba subir al “maporal” a cortar unos manojos de palmas para su bendición al día siguiente, domingo de ramos, en donde se inauguraba los “días santos”, y el cambio de actividades laborables.
2. “Aprontar”
Existe una sustantiva diferencia entre los preparativos que como vemos implica largos viajes, relaciones comerciales y trabajos más duros, y el “aprontar”. La “apronta” hace referencia a toda actividad o mejor “oficio” de carácter más “casero”. En el orden de importancia y sentido práctico, el “aprontar” sostiene oficios como:
3. Picar la leña.
Una vez bajada la leña había que picarla. Este “oficio casero” se hacía con hacha e implicaba tres pasos: rolearla, rajarla y apilarla en “burro” (forma de castillo). A la vez que se le daba una clasificación: la más gruesa, roñosa y rústica para la merma de la molienda y la más fina y elaborada para el horno y el fogón. Este primer oficio de aprontar se cumplía el Lunes Santo.
4. Tostar el cacao.
Algunas señoras más preventivas lo hacían el sábado para que el cacao estuviera más oreado y añejo. Pero la mayoría lo hacían el Lunes Santo, pues con el buen sol de por esos días era rápido que se secaba. Su proceso bastante laborioso: tostarlo, pelarlo, molerlo junto a los aliños como la nuez moscada, la guayabita, los clavitos de olor y un trozo de queso bien ahumado, hacer las bolas y ponerlo a secar sobre hojas de cambure o mijo.
5. La molienda.
Uno de los oficios más duro de por estos días lo imponía la “molida de caña”. Era un trabajo obligatorio del Martes Santo, porque sin miel no podía haber amasijo el día siguiente. El mayor o menor sacrificio dependía del tipo de trapiche que se tuviera en casa. Si era el trapiche “parao” de timón o “bironda”, jalado por un burro, bestia o buey la friega no era tan dura. Pero qué no decir del trapiche “acostao” o de garrote, algunos le llamaban “quebranta huesos” ¡Qué jornada pa’ dura!
En cualquiera de los casos se debía moler un aproximado de cuarenta litros de guarapo para un resultado final de diez litros de miel. Pero no sólo con la “molida” bastaba, aun quedaba la “mermada” que se extendía hasta bien entrada la noche. Mientras que se hacía la merma, toda la familia desde el más viejo hasta el más chiquito, se sentaba alrededor del fogón a pelar tártago y hacer las sartas para el alumbrado de las noches siguientes, a la vez que se dejaba escuchar entre risa y miedo, los relatos de los espantos que enfrentaron durante los días de cuaresma. Tema de sumo interés porque que era un preaviso sobre un posible entierro o botija que había que rastrear el Viernes Santo.
6. El amasijo.
Con la harina en el saco, la leña seca y la miel bien clarita, llegaba el oficio de la “apronta” más esperado, la hechura del pan; actividad propia del Miércoles Santo. En general, los amasijos se comienzan muy de mañana, por la cantidad y porque hasta el mediodía se puede hacer trabajos fuertes.
Se amasan tres tipos de pan, lo cual implica hacer tres mezclas distintas: la primera y principal es la del pan dulce, aliñado con huevos, mantequilla, levaduras, miel de caña, una pisca de sal y un chorrito de “miche claro anisado”. La segunda mezcla la del pan salado o blanco con los demás aliños, menos la miel y el chorro de miche; este tipo de pan está hecho específicamente para las sopas en caldo de leche y cola de pescado salado, por lo que debía quedar con una consistencia abizcochada. Por último, las paledonias o “cucas”, posiblemente las más demandadas en casa y que estaban expresamente destinadas para las parvas y colaciones.
Para asegurar un pan de lo más sabroso y divino se requiere de unas buenas manos de la persona amasadora, que no haya un “sangripesado” que mire la levadura durante el proceso de fermentación, de las bonitas formas que se le dé a cada pieza de pan, del buen barro con que este hecho el horno y del buen semblante del horneador ¡Qué suplicio más fuerte es el hornear!
7. Aprontar verduras.
Las verduras en el campo aricagüense se refiere a los cambures, la yuca, el apio, el ocumo, el malangá… Estos insumos de “corte” en el conuco o huerta, es crucial para estos días, no sólo por el consumo humano, sino como provisión alimenticia para los animales caseros que también comen por esos días, los puercos, las gallinas, los piscos… Por tanto, entre los deberes caseros, este era uno de los básicos.
III. En el corazón de la religiosidad del pueblo (por publicar)
IV. Lo sacro y lo profano raíces de la cultura (por publicar)
(Por M. Plaza de Arikawa, el Muku del Sur. Colección: “Memorias del Tiempo”.
27 de marzo de 2024)
Semana Santa en Poesía
Amigos de la tierra de las orquídeas.
Soñé con las 5 águilas blancas de Don Tulio Febres Cordero, logré arrancarles un manojo de plumas sobre el vuelo de la inspiración. Ahora se las comparto en versos que narran la tradición de La Semana Santa en Aricagua.
(Por Betilde Dugarte Peña. 21/03/2024)
Así es mi pueblo querido
en tiempo de Semana Santa:
es tradición popular,
de mi Aricagua florida,
y ahora de más allá,
dónde hay un aricagüense
que siempre va a recordar,
las tradiciones de su pueblo
y al mundo las va a contar.
Si hablamos de comidas,
la parva no faltará,
también los siete potajes,
y mazamorra pa'completar
¡a vaina pa'buena primo
no la dejes de probar!
Cómo recuerdo las rondas
que yo de niña jugaba
matarile, rile, rile
y también el de la Doñana,
un lunes antes del mediodía,
mientras el almuerzo esperaba.
También en Semana Santa,
el juego es popular,
los naipes o las barajas,
al 9 van a jugar,
pote, burra o 31,
el todo es apostar;
antes la “caza” era con medio,
un bolívar o un rial,
ahora en la mesa de juego,
el dólar no faltará.
El bolo, el trompo y el trompillo,
cómo dejar de nombrar,
si son juegos populares
allí en mi pueblito natal,
es importante conservarlos,
ellos son nuestra identidad.
Otro juego muy famoso,
que no quiero recordar,
es un juego peligroso,
ese burro popular;
mi hermana quedó inconsciente,
no podía respirar,
cuando se "desmanteló" de ese bicho,
y al suelo fue a parar
¡Ayúdanos Virgencita,
Santo Padre Celestial,
si no se muere mi hermana,
me voy corriendo a rezar!
Y elevando las plegarias
con petición especial,
es deber sagrado del cristiano,
los ejercicios respetar,
el viacrucis, la última cena,
lavatorio de pies y también orar,
allí frente al monumento,
en familia hay que rezar.
El viernes Santo todo es silencio,
nadie se puede bañar,
pues se convierte en Sirena,
o en un pez de allá del mar,
esa era la creencia,
de tradición ancestral,
no se debe escuchar música,
tampoco se puede pelear,
porque si usted a alguien le pega,
pegado se quedará,
no se le ocurra cortar un palo,
porque es a Cristo a quien cortará.
Cómo recuerdo la milicia,
dónde solían participar,
todos los reservistas,
en un pelotón especial,
entrenaban por las calles,
con voz de mando... al hombro Ar,
así Don Adelso Pérez,
a todos hacía marchar.
En las tres últimas décadas,
la milicia ya no está,
ahora es la pasión viviente,
otro evento sin igual,
que reúne a muchos jóvenes
dispuestos a escenificar
lo que vivió Jesucristo
para nuestras vidas salvar.
A las nuevas generaciones,
de mi terruño natal,
yo les hago un llamado,
y es un llamado especial,
a preservar nuestra cultura,
que es nuestra identidad,
dándola a conocer
a toda la humanidad.
Cuentos y leyendas por Semana Santa
La antigua casa de los Escalonas
Sector La Becerrera, Hato Viejo
El espanto del viernes santo
Era semana santa y en la Casota de los Escalonas había gente como piedra. Pasado el mediodía, la hora en que se comía los siete potajes, los vecinos comenzaron a llegar a puñados; unos jugaban trompo, otros a las barajas, el resto se divertían en el bolo cazando las apuestas entre griterías: “arriésguele más a la poya”, “un rial a que se en ‘gueca’”, “tres palos pa’ bolo entero”, “Mate y deje”, “va por un cigarro”, “ahora sí, se fue la juicha por un palo ‘e fósforo”. Eran estas las apuestas que se hacían dado que la creencia religiosa aseguraba que al jugar a plata se vendía a Jesucristo.
Todo fue una diversión aquel viernes santo. Después de esa faena juguetona, la mayoría se retiró a sus casas, mientras que los más afiebrados se quedaron jugando, bajo la luz de la luna que estaba clarita como el día.
Se hicieron las doce en punto de la noche y los perros comenzaron a ladrar muy desconsoladamente, como presintiendo que por la travesía del camino real del Tesoro alguien se acercaba. Los que estaban jugando se inmovilizaron con los aullidos de los perros y muy sigilosos prestaron atención con la mirada impávida sobre los pajonales secos a orillas del camino. De pronto, a lo lejos comenzó a divisarse la silueta de un hombre entre las sombras de los guamos y los rayos pálidos de la luna; iba acaballo y llevaba un sombrero que le cubría la cara.
Lo más asombroso del caso era que a medida que se acercaba iba creciendo. Al cruce de las entradas, a la parte de arriba hacia la finca de Don Telésforo Sosa y, del lado de abajo, hacia la casona de los Escalonas, ya el penco sobresalía del bordo del camino. Lo más curioso era que sólo crecía el hombre, pero el caballo no.
El susto comenzó, cuando aquel caballero andante y desconocido se detuvo en aquel cruce. Primero miró hacia la puerta de alambre de su lado derecho, luego hacia la entrada de la Casota, el lugar más favorito para los jugadores en semana santa. Pero afortunadamente cuando el caballo comenzó a dar sus primeros pasos para comenzar la bajadita, el jinete sin dar la cara le dio un falsetazo hacia arriba y de un salto lo hizo cambiar de dirección; siguió adelante en la misma dirección del camino real.
Desde el corredor de la casa, todos los jugadores se habían apilado tratando que los claros de la luna no los pusiera al descubierto. Curioseaban cada paso de aquella tremenda figura puesto en camino, pero nadie se atrevía a opinar; apenas se escuchaba un miedoso secreteo que se ahogaba entre resuellos agitados. Cuando llegó a donde se desciende para la quebrada del Oro, el hombre había crecido tanto que traspasaba la altura de los copos de los naranjos. Las gallinas que dormían en sus ramas comenzaron a volar y aterradas buscaban refugio en las sepas de los camburales. Hasta los perros habían optado por esconderse debajo de las banquetas del corredor y detrás de la canoa de pilar café.
El silencio era tal que ni los hojarascales secos los movía el viento, y la misma luna se quedó inmóvil entre los nubarrones de aquella madrugada de abril en pascua. Hasta que una lechuza gris, con su vuelo sereno, despertó un enjambre de murciélagos hambrientos que se desmantelaron del cobijo de un topochal.
Los perros recobraron el valor y salieron en manada enfurecida hasta el camino real. Entonces, Adonay Escalona, que lo miraba todo desde un agujero de la ventana de su bodega, rompió el silencio con una voz de mando: _“¡Carajo! vamos a seguirlo”.
Y el grupo de jugadores salió en tropel hasta el camino real siguiendo la escaramuza brutal de la jauría enfurecida que los llevó en dirección a la Meseta. Cuando se asomaron sobre el paso de la quebrada del Oro, el hombre sobresalía de los copos de los curos de más de treinta metros; menos mal que ya, a esa hora, iba del otro lado del Paso y que los gallos comenzaron a cantar.
Espavoridos del susto se regresaron a toda carrera. Adonay que fue el inventor de perseguirlo, no lo alcanzaron en la huida, corría más que una locha asustada; les sacó tanta ventaja que cuando su hermano Homerito y el amigo Miguel Pérez el “Mocito” llegaron, ya estaba encerrado en la bodega y le había atravesado la tranca de palo de cínaro a la puerta. Los demás rezagados apenas pudieron llegar al patio, varios caminaban casi de rodillas y no podían hablar, parecía que el miedo los había “priva’o”; nadie se movía, el susto los había convertido en estatuas.
El último en llegar fue Pablo “Tilde”, quien con su incredulidad de toda la su vida y sus picaresca bromas rompió el hechizo de los “priva’os”. Preguntó al grupo: _ “Epa ¿los pedos pesan?”. Pancho Plaza, el más asustado de todos, se llevó la mano a la boca y le hizo el sonido de silencio “shiiisss”. Pero Pérez, evitando quedar “priva’o” para siempre, le respondió: _Mocito, pues que yo sepa, francamente no”. Así que “Tilde” con su acostumbrada risa asfixiada y con las dos manos en el trasero, aseguró: _“¡Coño, entonces me calzonié!”
A pesar del percance de Pablos “Tilde”, el miedo seguía presente. Así que los que les tocaba irse para buenos Aires, como eran José Jacinto, Maurilio, Cacholo, Panta y Chón, decidieron quedarse en la Casota de los Escalonas hasta que saliera el sol de la resurrección.
Al día siguiente, sábado santo, en el vecindario comenzó a correrse la voz del hombre gigante que había pasado por Hato Viejo y había sido visto en la casa de los Escalonas. Desde entonces hasta hoy, a las laderas de aquel paso le llama la “Cueva del Gigante”.
Cuando la abuela Chayita Plaza se enteró de todo lo sucedido, le dijo a su hijo Pancho, en somero regaño: _“Puta, el feroz ¡hasta cuándo carrizos le digo yo!. Eso seguro que fue el "Pata ‘e Juso", porque me atrevo a pensar que esos zarandajos estaban jugando a plata de a deveras”.
Los tres días restantes de aquella lejana semana santa, cuando ya iban a ser las seis de la tarde, paticas pa’ que las tengo, cada uno cogía camino para su casa, pendiente de no toparse con el hombrón del viernes santo. Y quién a deshoras de la noche, por necesidad, transitaba por esos caminos de Hato Viejo, no salía sin los escapularios, el cordón de muerto en la billetera y un puñal de cruz en la pretina; amuletos que la gente de antes utilizaba para ahuyentar el Diablo y cualquier tipo de espanto.
Relato de Tony Escalona
El cuentacuentos.
Colección literaria:
“Mentiras que pueden ser verdad”
(Pascua del 2024)
Arreglos de M. Plaza de Arikawa
para la Antología Cultural “Aricagua ¡Así la recuerdo!”.
Quebrar la olla
Ya casi finalizando la semana santa, los comentarios iban y venían, que después que cantaran gloria se podía quebrar la olla. Las personas mayores si sabían de qué se trataba, pero los chicuelos vagaban en la inocencia.
Uno de mis amigos y muchacho de aquella época, lo desvelaba la curiosidad por saber qué era lo que ocurría al quebrar la olla, después del canto de gloria en la iglesia. Aquel el sábado santo se fue con sus papás a los actos religiosos, pero no entró a la iglesia hasta el fondo, sino que se quedó muy cerca de la puerta principal.
Cuando el padre dijo “Gloria a Dios en el cielo”, mi compadrito salió en zumba del templo, junto al pelotón de la milicia, y partió derechito a su casa. Agarró la olla de barro donde habían cocinado las arvejas de los siete potajes del medio día y sin pensarlo la lanzó en medio del patio; de esa olla apenas quedó el astillero regado en el pedregal. Muy satisfecho se regresó a continuar escuchando la celebración eucarística y muy pendiente de la hora en que terminara la misa, para ir a revisar la revelación del secreto de la olla rota con el canto de gloria.
Apenas el padre impartió la bendición a sus fieles, el chamo se adelantó y cuando llegaron sus papás, él muy ufanado porque había partido la olla, les dice: “Está vez les gané a todos, ya quebré la olla justo a la hora del canto de gloria. Vengan para que vean y a esperar la buena suerte”.
En el patio seguía el reguero de morusas de la olla más estimada por su mamá para sancochar granos. El papá al ver tremendo desastre, lo llamó y le dice “muy bonito, buena gracia lo que hiciste, quebraste la olla, pero como ya cantaron gloria le voy a quebrar el trasero a punta de rejo”. Y le dio tremenda zumba de pascua.
¡Pobre criatura! Le salió cara la quebrada de la olla.
Por Tony Escalona
el cuentacuentos.
Colección literaria:
“Mentiras que pudieran ser verdades”
(Pascua del 2024)
Apostando la vida así se gane o se pierda
Un día como hoy, domingo de resurrección, me puse a contar la plata que había ganado durante los días santos, y dije “gracias a Dios”.
Me fui para donde Pancho Plaza, el popular Patrón. Al verme llegar se metió las manos en los bolsillos de atrás del pantalón, pues ese era su resabio, y me dijo: “le vendo la cochina negra para que ponga algo con la plata que gana”. Le contesté: “Se la compro. Voy a traerle la plata”.
En eso bajaba José María Avendaño y me dijo: “La abuelita Chela dice que ganó mucho”. Y le confesé: “Sí, tengo una media panti full de plata”. A lo que me respondió: “Poderosísimo Santo, le vendo la vaca roja que me dieron los Peñas por las tapiaduras en la Gallera". Ni corto ni perezoso le dije: “Trato hecho, se la compro”. Fuimos a verla y apenas acababa de parir. Me la traje y al llegar a la casa me dijo mamá: “¡Qué suerte, muérgano del Voncho, no!.”
Le respondí a mamá: “Vayan y me traen la puerca de dónde Pancho, porque lo que es yo me voy a traer la moto de Camilo que se la compré también”. Por esa moto le había dado Camilo un toro rojo a Danilo, y era compañero del Palomo Blanco que tenía mi tío Sixto para enyugar.
Amontoné toda la plata ganada y mamá me insistió: “Hijo, eso es malo jugar. A cuántos dejaría usted sin qué comer”. Entonces me fui pa’ el pueblo y le dije al padre Santo Martines de la Mata: “Padre, ahí viene una limosna, porque no pude bajar a misa en los días santos”. Me respondió: “Muchacho, lo has hecho muy bien”.
Antes de salir del pueblo compré un bulto de harina de trigo y le dije a don Martín Rojas: “Ese es para Lucita, ella es pobre y necesita limosna. Ya a mí me la dieron jugando donde Pancho Plaza”.
Pero no siempre se gana. También hay que contar las pérdidas como un buen jugador. En la siguiente semana santa sí que pasé un susto. Le había hecho un "estarje" (destaje) a Raúl Pérez, por los días de cuaresma.
El domingo de ramos me bajé para el pueblo de Aricagua y me puse a jugar con Teódulo, Tolete, Pateseibo y Chanote el de Campo Elías. A las tres de la mañana perdí todo, con 51 de oro que era mi liga favorita. Quedé más limpio que una pepa de guama, sin con qué comprar la comida para llevar a la casa. Yo dije, “no me rindo, algún día escampa".
Salí para la plaza y le conté a Efraín. Él me dijo: “yo cargo 2 bolívares, si me regresa 300 el siguiente domingo, aquí están”. Listo, le dije, y vuelvo a la partida. Yo esperando puro punto y cuando me calló un 20 de oro les dije, “hoy se para un muerto”. Cuando teníamos las 5 cartas, ya llevaba 41 de segunda mano. Les dije, “yo paso”, haciéndome el “faro” muerto. Entonces Teódulo replicó: “Resto de chuchú, si queda sin plata yo le fio el mercado”. A lo que Tolete dice: “Yo le doy un estarje en el Cañadón". Y Chanote que era vale mío, dice: “ese es un gallo”. Pateseibo replicó: “Yo le compro el Gobernador”. Les dije: “Echen cartas que ustedes no han visto cargando a un muerto con basura”. Yo veía venir el 3 de oro completo. Les dije: “Salga la mano”. Tolete gritó: “Cuarenta”. Yo le repliqué: “Pa’ los puercos, llevo 51 de oro”.
Me hice una plata grande y los fui tramando. A las nueve de la mañana les dije, “me voy”. Y Tolete me respondió: “De aquí no se va nadie con plata". Salí al baño y me encaleté 3.000 bolívares. Seguí jugando y el Gobernador amarrado en un poste frente a la casa de Teódulo. Llegó el papá de Tolete y le dijo que ya era la hora del viaje. También la mujer de Teódulo le pidió que ya no jugara más porque Chuchú esperaba puro punto.
A las 3 de la tarde logré parar la partida. Encontré a Efraím sentado en el muro de la Glorieta y le dije "a quí tiene su plata". Le pagué los 2 bolívares, más los 300 prometido y aparte le di un montón de plata en blanco sin contar, como agradecimiento.
Narración de Alfonso "Chuchú" Fernández
Recuperado del grupo WhatsApp "Hatoamigos"
(Marzo del 2024)
Recopilación y arreglos literarios de M. Plaza de Arikawa
para la Antología Cultural, "Aricagua ¡Así la Recuerdo!
Una Semana Santa en el paraíso de Mucusurú
Espero que hayan pasado bien los Días Santos, o Semana Mayor, como decían antes, pero les aseguro que no mejor que yo.
Les cuento que en mi estadía en Mucusurú aproveché para moler tantico trigo en el molino de Don Juvencio Fernández. Que cosa pa' bonita mis paisanos, una semana maravillosa, totalmente diferente, sin electricidad, por más de ocho días; cero teléfonos, nada que ver con la tecnología. Y todo por motivo que una de las Guayas de la electricidad, se cayó y se quemaron más de 600 metros. Pero fue una Semana Santa hermosa, muy bonita.
Allí pasaron por mi mente tantos recuerdos de mi querido Hato Viejo, donde hace más de cuatro décadas atrás, sólo se alumbraba con mechones de tártago, bagazo o una lámpara de querosén...
Los "Siete Potajes" no faltaron, bendito sea Dios: el pescado, las arvejas como plato principal, la ensalada de verduras: papa zanahoria y remolacha, un poquito de cilantro, y que alguien dijera: dejen tantica remolacha pa' el ají pa’ que agarre color. La sopa con tortilla, los dulces de durazno e higos... Una bendición total, qué bonito hacer “medio día” en el campo en tiempos de Semana Santa...
La "colación" a las siete de la noche, se acostumbra todavía a comer de todo: un poquito de lo que quedó del mediodía.
A la hora de la Cena ya estaba guindando de un garabato la lámpara de querosén...
Qué bonito escuchar cuando llegaba alguien y preguntaba, “hay gente”. Le contestaban, una poquita, “dentre”... “Cómo amaneció señora Dulubina”... “Yo muy gracias a Dios y ¿ustedes?” “Pues hemos estado malosos del estómago”. Y la señora le responde: “Pues eso será mal que anda... porque aquí los muchachos también estaban malosos...” “Pues si será...”
“Traiga una vasija pa' darle tantica leche, que logré subir al Portachuelo y ordeñé las vaquitas”. “¡Dios me le pague! Espere y lleva unos huevitos pa' la ensalada. Qué bonito, verdad.
Pasan las horas y se oye una voz: “Téngame el perro”. Y contestan: “Pase que ese no muerde” –“¿Como está comadre” _“Yo muy bien, gracias a Dios ¿Y por allá?” _“aliviaones algo...”
-“Por aquí vine a traerle unos pancitos pa' que lo prueben. Ayer amasamos tantica harina...” _“ Ay, Dios me le pague... espere y les lleva un dulcito a los niños”.
De verdad qué bonito es escuchar esas precisas y santas palabras en las aldeas, en las visitas e intercambio entre los vecinos, con tanto cariño, respeto y aprecio de una familia a la otra...
Y lo más resaltante, en ese tiempo, no se oyó ni una sola mala palabra; pienso que un sacerdote perdería el tiempo confesando a esos mártires ...
Los dejo porque voy a ver si quedó un pancito por allá en la petaca.
Por Pedro “Nunú” Fernández
(abril de 2024)
Recuperado del grupo WhatsApp “Mukarias”