La verdadera Historia de los pueblos
nace de sus personajes
porque en ellos reposa la memoria
en la eternidad del espacio y el tiempo
Aporte para la Antología Cultural
“Aricagua ¡Así la recuerdo!”
el 02 de marzo de 2024.
Es propicio el momento para compartir con ustedes y recordar a personas gratas con las que nos hemos encontrado en nuestra vida laboral y comunitaria. Destaco en esta ocasión la oportunidad que tuve cuando laboraba como docente de aula en la comunidad de Pueblo Viejo, en la Unidad Educativa Nacional Bolivariana "Pueblo Viejo", por el año escolar 2010-2011.
En este ciclo escolar realizamos con los niños de primaria un proyecto de aprendizaje comunitario que consistía en tomar en cuenta los “libros” vivientes, es decir, a personas nativas de la comunidad, a través de entrevistas, con el fin de indagar, conocer y escuchar las experiencias vividas y que van tejiendo la trama cultural de nuestros pueblos.
El Proyecto de Aprendizaje en el nivel Inicial Preescolar se titulaba: "La Vida, el Milagro de Dios". Esta idea, para el aprendizaje significativo, surgió de la curiosidad de los mismos niños y niñas por saber cómo era el nacimiento de los bebés, qué era eso de la cigüeña y por qué se conocía de esa manera.
Para aquel entonces fue grato dirigirnos, docente y estudiantes, a casa del señor Altagracia Mora, mejor conocido en la comunidad como Morita, ya hoy difunto, quien transmitía afecto caluroso, confianza, humildad, sencillez, honestidad, respeto, y entre tanto, tenía mucho que contar. Fue excelente persona, buen amigo, hermano, esposo, abuelo, vecino, conocedor de la historia de la fundación de su comunidad, de las anécdotas entorno de la llegada del primer Jeep al municipio, así como también de su significativo aporte en ayudar a construir la Capilla de la Paz, y de su maestría como hacedor de tejas para el techado de las viviendas de nuestros vecindarios a mediados del siglo pasado, muchas de ellas existentes hasta el día de hoy.
Dentro de todos estos oficios realizados por Morita, el más llamativo por su género masculino, poco conocido en el ámbito cultural andino, fue su vocación de Partero. Oficio que realizó con autorización del médico residente en el ambulatorio del municipio Aricagua por esa época, para colaborar, ayudar, preparar, asistir y enfrentar con valentía y optimismo el parto en las mujeres de su comunidad y adyacencias como Hato Viejo y El Colorado. Este servicio era de gran ayuda en vista que no había atención médica cercana y de esta manera se podía evitar los traslados al pueblo, de ahí que le dieran, de la parte médica, la potestad de atender y facilitar el nacimiento de seres queridos en su comunidad.
Él contaba acerca de muchas circunstancias de partos difíciles y riesgosos como aquellos donde los niños venían con el cordón umbilical alrededor del cuello, otros que se daban en mujeres debilitadas, algunas con varios días de dolores, embarazos de alto riesgo, partos prematuros, así como había casos que lo buscaban de emergencias. Esto le permitió ser un hombre de constancia, con estilo, vocación, paciencia, amor, generoso y caritativo; con todas estas virtudes personales consiguió formar parte como promotor de la salud, al rescate de vidas humanas, sin contar con estudios profesionales, sólo con la experiencia adquirida fruto de la sabiduría ancestrales propias de nuestros campos. De manera que en don Altagracia Mora se fue convirtiendo en partero a partir del aprendizaje desde la praxis, desarrollando grandes habilidades y conocimientos para asistir cada situación de parto, a tal punto que no dejó morir ningún niño o niña recién nacido, mucho menos una madre parturienta, como tampoco hubo necesidad de trasladar al pueblo de Aricagua ningún parto asistido por él.
El señor Morita se encargaba de realizar las sobas preparatorias al parto que siempre iban acompañadas con los bebedizos. Toda esta cura previa tenía el propósito de fortalecer físicamente tanto al bebé cómo a la madre para la hora del nacimiento.
Para mí como maestra y para los niños de la escuela fue muy oportuna cada visita realizada a la casa de Morita; siempre nos recibía con un especial cariño, nos transmitía la ternura de la vejez, su cálido humor, la sencillez de su corazón, la paciencia de su talento, el carisma de su ser y la alegría en sus picardías.
Del mismo modo contamos con su grata presencia, como invitado especial, en la actividad educativa del plantel escolar para el cierre pedagógico del proyecto. En esta ocasión se le entregó un pequeño detalle en reconocimiento a su trayectoria viviente, como mérito alcanzado por su servicio generoso de asistidor de partos en la comunidad.
Para mí es un honor poder recordar su calidad humana, sus obras realizadas, las buenas acciones hacia los demás y sus chistes divertidos. Hoy, contagiados por la misma fe que Altagracia Mora profesaba desde su corazón, quiero elevar a su memoria una oración para que su alma siga en el goce de la paz de Dios, así como lo fue en vida, y que la Misericordia de nuestro Buen Padre le acompañe para que sea participe pleno de la Vida Eterna en gratitud de sus obras victoriosas y caritativas hechas en este mundo por el bien de sus vecinos.
(Con información de sus hijos Macario e Irma Peña)
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Aporte para la Antología Cultural
“Aricagua ¡Así la recuerdo!”
Septiembre de 2024.
Entre hornos, leña, harina y amasijos transcurrió la vida de María Asunción Uzcátegui de Peña, mejor conocida en el encantador paraíso aricagüense, cómo María Peña.
Vio la luz del mundo el 1° de abril de 1923, siendo sus padres Elodia y Nicolás Uzcátegui. Durante su infancia y adolescencia atesoró principios y valores morales y cristianos que eran muy bien impartidos por padres y maestros de la época.
Siendo aún muy joven contrae matrimonio con don Manuel Antonio Peña formando así su hogar en el que procrearon y educaron seis hijos: Josefa, José (+), Francisca (+), Yrma, Mariano (+) y Macario. La pareja, de padres nativos de la aldea Bailadores estableció su residencia también en esta Aldea en una finquita agropecuaria en la que don Manuel sembraba y producía de todo para el sustento de la familia; en el día a día eran bendecidos con cambur, yuca, apio, maíz, naranjas y unas varias vacas de ordeño, nada de que quejarse. También contaban con algunas mulas para el trabajo.
Doña María dentro de sus virtudes y destrezas descubrió su habilidad para hacer Pan Criollo, emprendiendo así en este negocio para lo cual contaba con el apoyo y ayuda de su esposo y de su hermana Gumercinda (Mindita). En principio comenzó con el equivalente a una arroba, 12 kg., de harina de trigo y lo distribuía, los días domingo, en las bodegas de don Candelario Dugarte, Pedro José Andrade y Juan Rivas.
Posteriormente el pan de doña María se fue haciendo famoso e incrementando la producción, amasando tres días por semana para las bodegas y por encargos para ocasiones especiales como bautizos, matrimonios, paraduras de Niño, romerías, semana Santa, cayapas entre otras.
Sus hijas en la medida que crecían fueron aprendiendo el oficio y así entre todos contribuían con el crecimiento de la micro empresa familiar a la vez que otras bodegas se sumaban en la distribución del producto.
En el año 1977 fallece don Manuel, ya sus cuatro hijas e hijos mayores habían formado su propio hogar. Así que quedando sólo con sus dos hijos menores toma la decisión de mudarse al Pueblo, para hacer más fácil su labor, pues trasladar la harina hasta Bailadores y después el pan en cajas hasta el Pueblo era tarea que hacía su esposo y él ya no estaba. En esos tiempos las penurias que se pasaban eran muchas, pues no existía medios de transporte automotor, pero, cuando se trabaja con un propósito se logra vencer las dificultades, tal como lo hizo doña María Uzcátegui.
Ya en el pueblo se amplió el ramo de su producción y sus manos habilidosas no sólo se dedicaron al amasijo de pan, sino que también preparaba las exquisitas paledonias, morones, orejas o torrejas, roscas y muñequitos impregnados en cristales de azúcar. Otro deleite al paladar eran sus pasteles. Los domingos para muchos era costumbre bajar y/o subir al pueblo y no podía regresar sin degustar un pastel de doña María, y si no lo hacía sentía que había perdido el viaje. Y es que eran crujientes y con un guiso de sabor inigualable, con variedad y al gusto de la clientela: el de carne mechada con papas, el de huevo sancochado, mejor el de arroz con sardina.
Recordar el rostro de María Peña y el exquisito sabor de sus manjares, es impregnar el presente con ese sabor a historia de nuestra Aricagua del ayer. La sazón de doña María no se limitó sólo a las delicias de la harina de trigo, sino que también fue famosa en la preparación de los banquetes para las bodas, teniendo como especialidad los "mechaos" y pavo relleno. En las décadas del 50 hasta mediados del 80, cuando se hablaba de bodas, ahí estaba doña María y su hermana Mindita poniendo el sabor con mucho amor y adornando la mesa de los novios con una corona de pan y su respectivo ramo de flores.
En dulces y bebidas, ni hablar, y es que las paraduras de Niño en casa de doña María eran muy gozosas y sus invitados podían degustar una deliciosa chicha de maíz, con sabrosos buñuelos, dulces de lechosa, cabello de ángel y un rico manjarete, que en algunas oportunidades también preparaba para la venta.
Así fue la vida de María Peña quién entre hornos y cenizas, mechaos y manjares, dejó su legado. En su casa de habitación la mañana del 29 de septiembre de 2015 exhaló su último suspiro dejando este plano terrenal para ir al encuentro con Dios.