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SANTO CRISTO DE ARICAGUA
EL 6 DE AGOSTO
El día del Cristo
(Por M. Plaza de Arikawa)
Entre los primeros recuerdos de infancia de los hijos e hijas de Aricagua, nacidos y criados en cualquier aldea o comunidad del municipio, está la inmovible y solemne celebración del 6 de agosto.
Los que venimos de lejos y tuvimos la oportunidad de caminar reunidos con los más antiguos, fuimos creciendo con aquella sacral referencia temporal bajo la expresión de "el día del Cristo" o "la misa del Cristo".
"El día de la misa del Cristo", como también lo escuchamos, ha sido para el alma aricagüense un referente, a la vez, histórico-temporal, como el de mayor sentido y contenido sagrado.
En su sentido histórico el 6 de agosto, desde siempre, ha sido un hecho confirmatorio de su bendecida presencia entre nosotros, a tal punto que por mucho tiempo, como pueblo, esa continua permanencia nos llevó a suponer como acto de fe que el Cristo no había sido llevado, sino que estaba "aparecido" o quizá nacido en aquel pedestal rocoso. Por lo que el 6 de agosto venía siendo como conmemoración de su nacimiento o el día de su cumpleaños como decimos ahora.
Como referencia de lugar-tiempo, porque además de la santidad que profesa este día, era una referencia temporal ineludible quedando registrada en la oralidad aricagüense con expresiones como estas: "Volveré ir al pueblo hasta el día del Cristo", en el caso de las abuelitas o personas discapacitadas como lo era mi mamita Chaya; "se lo llevo el día del Cristo", como compromiso de negocios; "nos vemos el día de la misa del Cristo", trato entre los enamorados. O en tiempo pasado: "No he vuelto desde el día del Cristo", "lo compré el día del Cristo" "eso fue antes del día del Cristo", "no la veo desde la misa del Cristo"...
Pero más allá de lo circunstancial estaba el sentido de lo místico religioso que por gracias del mismo Santo Cristo perdura hasta el día de hoy. En primer lugar, el día del Cristo, mantenía un rango de alto precepto tan igual al viernes santos, por lo que era "fiesta de guardar" y por tanto, muy presente entre los campesino, "en ese día es malo trabajar", así que descansaba la peonada y también el buey, menos las bestias porque a esas sí les tocaba ir al Pueblo. Por sobre todo, era tan solemne el día del Cristo para nuestros abuelos que a nadie le daba por casarse ni en la víspera ni mucho menos el mero día, tampoco se valía juntar otro tipo de fiesta religiosa y mucho menos morirse como para que lo enterraran antes de la misa. Nada de golpearse entre cristianos aquel día, así estuviera encendida la campaña presidencial entre adecos y copeyanos, las demás broncas pendientes se dejaban para arreglarlas por la tardecita del siguiente 2 de noviembre, día de las benditas ánimas del purgatorio. Muchos años después si le dio a algunos carajitos por nacer ese mismo día por la mañana, y claro que se les permitió, como fue el caso de la prima Memi Escalona.
Entonces, todos, desde la más anciana hasta el recién nacido bajábamos o subíamos, dependiendo del lugar de ubicación en dirección al Pueblo, a pie o en bestia, sin más promesa que la feligrés disposición de celebrar su día participando en su misa y procesión; pues no había momento más sublime y emotivo que dejarse ver por su mirada desde lo alto de la cruz, ayudarlo a bajar desde su túmulo a hombros y con sogas colgantes, y acompañarlo en su paseo redentor por las calles, no más allá de las cuatro esquinas de la plaza, no fuera a repetirse lo que siglos atrás le ocurriera a don José de Otalora y sus pacíficos indiecitos.
Se adivina que a lo largo de 203 años eso fue así, lloviera, tronara o relampagueara, como es propio en el mes de agosto, hubiese celebrante o no, nuestros aricaguos no dejaron de subir y bajar al Pueblo el 6 de agosto para la Misa del Cristo. Hasta que, en los carnavales del año 60 del siglo XX, llegó el carro y desde entonces se puso competitiva la fiesta, sobre todo porque a las bestias se les acabó el oficio de cargar, las damas comenzaron a usar pantalón y no fustanes de cabalgadura y los sillones de montar de medio lado los convirtieron en sillas varoniles para montar de ahorqueta, y entre tantas novedades por contar, de las orillas del Coquivacoa llegaron los quincalleros; también los violines quedaron mudos ante el perolero de la banda orquestal de Juan Pelotas.
Algo de lo antiguo cundió en nuestras muchachadas de los que nacimos del 60 para acá. Uno que se crio en el campo recuerda entre alegría y nostalgia mucho de aquellos tiempos. Ocho días antes de la misa, por más lejos que uno viviera, llegaba a nuestros ranchos el jefe de aldea, encomendado por el señor prioste del Santo Cristo. Iba de casa en casa con mucha fe y devoción recogiendo "la limosna de la Misa del Cristo" (la "ofrenda" se hacía en la recolecta en plena misa el mismo día), no llevaba invitación porque eso no era de costumbre ni hacía falta, más podía ser una ofensa al creyente porque él bien sabía que aquel día era fiesta. Qué gran satisfacción sentía uno de carajito al poder dar la única locha que tenía guardada debajo de la estera del catre y juntarla con el bolívar o hasta el fuerte que algunas veces alcanzaban dar nuestros mayores.
En la víspera o el día antes de la solemne celebración, río arriba y río abajo, entre zanjón y zanjón, retumbaba los morteros recordándole al campesino la llegada del día siguiente. Las calles del poblado se ahogaban del tañido del campanario y en el pórtico de la Iglesia los violines y guitarros elevaban tonadas cadenciosas que invitaban al recogimiento de todas las almas, en especial las más caritativas junto a las más necesitadas de su misericordia.
Llegado el 6 de agosto, desde muy temprano, por los caminos que surcaban laderas y vegas, se agolpaban a galope las caravanas multicolores convocadas por el instinto de la fe para rendirle tributo al Cristo. Por el camino se escuchaba cualquier tipo de salutación complacida entre la paisanada, los feligreses llevaban manojos de flores de hortensias, calas, tulipanes y azucenas para vestir de floresta los altares al pie del Cristo. En ancas de las cabalgaduras, colgantes iban los polleros llenos de ofrendas para el Cristo, miel de caña, queso ahumado, apio banderilla, yuca guacharaca, plátanos maduros y de vez en cuando una gallina guindando de las patas. Detrás quedaba el alborozo, el lodazal revuelto, el olor de los perfumes amalgamado al sudor de las bestias y el camino pisado.
A las entradas del Pueblo se encontraban las caballerizas y entonces había que sortearse los mejores lugares para acomodar la bestia. En las bocacalles era casi obligatorio cambiarse el calzado, las cotizas embarrialadas por zapatos domingueros, para luego dirigirse a cualquiera de las casas en donde de seguro daban posada. Eran familias benignamente generosas que sin más interés que la fe solidaria, mantenían abiertos los zaguanes de sus caserones para que el campesinado pudiera refrescarse un poco, ponerse la ropa de ir a misa, guardar sus talegos y hasta tomarse un guarapito. Claro que el campesino, como siempre, no llegaba desprevenido, no faltaba en su pollero una cuajada, un pote de café, una verdurita, una fruta o cualquier cosita para hacer posible aquel milagro de la multiplicación de los panes desde la solidaridad fraternal, compasiva y misericordiosa que es capaz de sacar de los pobres muchas bienaventuranzas. Entonces todo se convertía en fiesta, en misa, en día del Cristo.
Queda mucho por decir, buscar, comprender, con la suerte de que para aquellos cristianos que nos criaron no les hacía falta para su creer, pero que para alguno de nosotros que vivimos persiguiendo letras, razones y enredándonos más en el bejucal del conocer, quizás porque exigimos ver para creer, si como que lo necesitamos. Ante todo hay dos cosas que uno quisiera saber.
La primera es sobre una mayor veracidad histórica del recorrido de la imagen del Santo Cristo desde su lugar de origen hasta Aricagua, en estudios más reposados y atentos a las crónicas conventuales y eclesiásticas que debieron dejar rastros más zanjados sobre los procesos doctrinales en donde la imagen del Santo Cristo en Aricagua debió destacar literalmente como ícono de aquella gesta, así como de fuentes más laicales, de orden jurídico y civil, en torno a la empresa colonialista en estas latitudes y que deben arrojar muchas otras verdades poco conocidas y quizás no dichas todavía.
La segunda, en materia del tema presente, es la razón del por qué desde un inicio se instituyó el día del Cristo el 6 de agosto. Quizás pueda parecer un poco superficial, banal y hasta sin oficio el hacerse esta pregunta. Pero llama la atención que los datos que conocemos hasta ahora indican tres o cuatro momentos puntuales, siguiendo el orden cronológico de los acontecimientos, y que podrían ser motivo de esta fecha puntual:
El primer acontecimiento, en marzo de 1559 se precisa la primera incursión de los españoles al territorio de lo que es hoy Aricagua, con Alonso Puelles a la cabeza; segundo acontecimiento, el 4 de septiembre de 1597 se instituye la Doctrina de Nuestra Señora de la Paz de Aricagua, confiada al fraile agustino Diego de Navarro; tercer acontecimiento, 1742 se da la mudanza de la iglesia desde lo que hoy es Pueblo Viejo hasta el actual Pueblo, trayecto en el que se enmarca la narrativa de la señal milagrosa, y que afirma fidedignamente que la misma imagen del Cristo no se dejó llevar a la Camacha, poniéndose muy pesado a la mitad de camino y que desde entonces quiso quedarse allí en donde lo encontramos hoy.
Un cuarto suceso, poco claro y si bien medio documentado, es la llegada de la imagen del Santo Cristo actual a Aricagua en 1757, a razón de un donativo hecho por el Padre provincial de los agustinos para la Doctrina de Nuestra Señora de la Paz de Aricagua, dado los frutos devocionales que había surtido en los lugareños la extinta réplica del Cristo, supuestamente llevada por el fraile Diego Navarro al inicio de la Doctrina y finales del siglo XVI.
Cuando decimos que es un dato poco claro y no tan documentado, es porque a cualquier lector atento se le hace contradictorio el hecho de que la mudanza del Pueblo y la señal milagrosa del Cristo queden como al revés de los relatos orales de los abuelos y abuelas de los siglos anteriores, sí quizás un tanto llanos y lineales pero muy gráficos para la hechura de la historia originaria. Para los que nos enseñaron a creer de aquel modo, no nos es tan fácil entender sobre la existencia de una imagen anterior del Cristo de Aricagua, de semejante estatura artística y de trascendental sentido religioso como la actual, y sobre todo que ante un deterioro a causa de las drásticas circunstancias ambientes naturales de la zona, se hubiese tenido que deshacer rotundamente, convirtiéndola en polvo o en cenizas, para ser luego reemplazado por la de ahora (CF. Campo del Pozo); más en aquellos tiempos en donde los traslados hacia Aricagua eran muy complicados como hasta no hace tanto. A la par, para los que somos de sesos pragmáticos, no es muy fácil estar de acuerdo que una posible imagen del Cristo en un recuadro o tabla, como también se opina, haya causado semejante revuelo al ponerse tan pesada e inmovible en el camino de la mudanza, como para atajarle los pasos a Otalora y su feligresía, en dirección a la emergente fundación en la Camacha.
Sobre la línea de estos hitos históricos, la pregunta ahora sería ¿Llegó la imagen actual del Santo Cristo de Aricagua un 06 de agosto del año 1757, o en vísperas de este día que es de mucha importancia para la liturgia de la Iglesia, al celebrarse el relato evangélico sobre la trasfiguración del Señor Jesús en el monte Tabor?
También podría pensarse que para los agustinos de entonces les era de mucha significación la solemnidad de la Transfiguración del Señor y que hayan consagrado esta celebración en la iglesia de Aricagua, junto al gran ícono del Santo Cristo crucificado, casi redivivo para nosotros. Esto porque habría que hacer y estudiar una especie de historia comparada y contrastada con otras imágenes del Cristo de la época colonial en el país, con mayor acercamiento al Cristo de La Grita, Táchira, que data del mismo tiempo que el nuestro, con presencia agustina para entonces y que de la misma manera se celebra el 6 de agosto, fiel y tradicionalmente como el día del Cristo.
Hoy, casi al finalizar mi andada existencial, comprendo que sería una pena que las siguientes generaciones a la mía se hubiesen quedado en mi pasado y presente, pero también sería una pena no contarles algo a esas siguientes generaciones de este pasado, en este mismo presente, en donde todo cambia vertiginosamente. No por otra razón, sino por que a Aricagua ¡Así la recuerdo!
León, Guanajuato, México
06 de agosto de 2024
Solemnidad de la Transfiguración del Señor
y Día del Cristo de Aricagua.
LAS FERIAS DE FEBRERO
Ferias del Carro y Fiestas Patronales
(Reseña histórica a partir de la entrevista al P. Moreno)
En el mes de septiembre del año 1959, por mandato de Monseñor Acacio Chacón, es nombrado el Presbítero Pedro Antonio Moreno como párroco de Aricagua, El Morro y Acequias.
Para entonces, dentro de la organización y distribución político territorial, Aricagua formaba parte del municipio Campo Elías que tenía como capital el pueblo de Ejido; de ahí la conformación como una única parroquia eclesial de estos tres poblados, El Morro, Acequias y Aricagua. Por lo que el trabajo pastoral del párroco a cargo era muy itinerante y temporal, a saber, que las distancias eran consideradas porque el medio de traslado de lugar a lugar, bien se hacía de escotero o en cabalgadura.
Antes de tomar posesión de su cargo, el Padre Moreno, como era conocido entre la feligresía aricagüense, realizó un largo recorrido a caballo, durante dos meses, con Monseñor José Humberto Quintero, por todos los Pueblos del Sur, como su última visita Pastoral. Posteriormente Monseñor Quintero fue nombrado primer Cardenal de Venezuela.
Terminada la jornada pastoral por los pueblos del sur merideño, el Padre Moreno comenzó su gira parroquial por el Morro y días después se trasladó hasta Aricagua.
Cuando llegó al pueblo de Aricagua, allí ya se conocía la noticia de los sacerdotes que habían llevado el primer carro a comunidades o pueblos vecinos: Guaraque el Padre Vicente Alarcón, Canaguá el Padre Eustorgio Rivas nativo de Aricagua, Mucutuy y Mucuchachí el Padre Crescencio Parra, a El Morro el Padre Bohanerges Uzcátegui, y el Padre Alejandro Arias a Pueblo Nuevo; sólo quedaban Aricagua y Acequias.
Al llegar el Padre Moreno como nuevo Párroco, la gente entusiasmada se reunió un domingo y le dieron la orden: “Padre usted tiene que traer el carro!”. Con autoridad y determinación le repiten: “¡usted tiene que traer el carro! porque es el último pueblo ya”. Ante tremendo desafío que le hacían sus feligreses aricagüenses, el Padre Moreno con tan solo veinticinco años de edad y recién ordenado, asume semejante compromiso con una expresión cordial: “Con mucho gusto!”.
A partir de ese momento el Padre Moreno se sintió líder del pueblo, porque la gente se lo había ordenado, entonces les dice: “Vamos a organizarnos”. A lo que la gente responde: “Tranquilo Padre que aquí ya lo estamos y hemos acordado salir en cayapas por aldeas. Nosotros todos los sábados y domingos nos encargamos de limpiar el camino; pensamos traerlo por Mucutuy”.
De nuevo se escucha la afirmación de compromiso del padrecito “¡Con mucho gusto, lo que ustedes digan!”, pero ahora acompañada con una muy importante pregunta: “¿Ajá y qué tengo que hacer yo?”. La respuesta también fue inmediata y determinante: “¡Usted tiene que traer el carro!”. “Muy bien -de nuevo asumió el joven sacerdote-, yo voy a traer el carro pero ustedes se encargan de arreglar el camino, así que cuando tengan bastante trecho adelantadito me avisan para que traigamos el carro”.
En el mismo viaje de regreso y de atención pastoral hacia los otros dos pueblos de su parroquia a cargo, el Padre Moreno se dio una pasadita hasta Mérida para hacer la compra de un carro jeep-Willis que era los que se usaban en esa época, por un costo de 13.000 bolívares. Afortunadamente, el dueño de la agencia era amigo de su papá y le dijo: “Tranquilo Padre, lléveselo y después me lo va pagando”.
El chofer Mariano Salcedo quien había ayudado al Padre Bohanerges a llevar el primer carro hasta el Morro, se ofreció a emprender aquella desafiante y nueva travesía. Pero después cambio de opinión y le dijo al Padre Moreno: “Yo le voy a dejar un joven de unos 20 años (no de 14 años como dice la gente), de nombre Demetrio. Es un hombre ‘jecho’ y vaquiano de esos caminos, pues fue quien le ayudó al P. Rivas a llevar el Jeep hasta Mucutuy”.
Días después en Mucutuy lo esperaba una gran multitud de campesinos aricagüenses armados con palas, picos, escardillas, hachas y machetes para hacerle la carretera al carro. Se calculaban más de cien hombres que con gran algarabía y entusiasmo partían de Mucutuy desde muy tempranas horas de la mañana del día escogido. En aquella primera jornada subieron la cuesta, palmo a palmo, desanchando las curvas, empujando y arrastrando el carro, hasta llegar a la montaña de Mocomboco; una selva bastante espesa, pero que había que deforestarla para poder darle paso al carro.
Sobre la tardecita de aquel sábado comenzaron a echar hacha y a tumbar árboles que los iban utilizando como troja para que el carro pasara y no se hundiera en el pantanal. Dada las condiciones gredosas del terreno, con el trajín de la gente y el paso del jeep se formaban champas muy resbaladizas de barro, a pesar de que comenzaba el verano del año. Enfrentados a ese monte espeso los cogió la madrugada, pero ya bastante avanzados sobre la cumbre de la montaña, entonces, deciden descansar un rato. El buen trago de miche callejonero les espantaba el frío y les permitió aquella noche reposar unas dos o tres horas, debajo de un cielo estrellado de febrero y sin luna, acurrucados sobre los matorrales.
Después de aquel reparador descanso continuaron la pica, ahora montaña abajo, en el tramo que los conducía hasta Los Parchos y La Pueblita, en territorios aricagüenses. Se aproximaba el medio día y en casa de Don Gabriel Gavidia y su espesa Doña Eustasia Rojas, mejor conocida como Ñoa Anastasia, los esperaba una gran comilona de sancocho de gallina, pisco, carne asada, cochino frito y, como nos dice el P. Moreno, “todo bicho de uña”; no solo para darle a los cien hombres que venían guerreando con el carro, sino que también para las cien mujeres y los cien muchachos embelequeros que habían subido al encuentro del carro a la Pueblita.
Ante el asombro de mucha gente que por primera vez veían un carro, a la hora de la comida surgieron muchas preguntas como aquella que sacudió de risa el rancho de los Gavidia: “¿Padre, y el carro no se cansa en semejante caminata? A lo que el joven sacerdote con seriedad y picardía respondió: “Sí, mijo, pues en algunos sitios que se quiso rechazar el muérgano, nos tocó echárnoslo al hombro, pero una vez puesto en tierra ahí mismito lo montábamos nuevamente, Demetrio lo espueleaba y ese bicho salía ‘pa’lante’ con semejantes berridos”.
Después de aquella hartura de sancocho y puerco frito continuaron la bajada, haciendo el último tramo que descendía entre curva y curva por Las Lomitas del Pueblo, hasta caer a Las Mesitas. Ya era de tardecita, cuando dejaron la travesía de La Pueblita, con la ventaja que el camino estaba ya arreglado, tal como la gente lo había dicho y hecho entre cayapas o convites en muchos sábados y domingos.
Calló la noche y el ruido del carro penetraba las profundidades de la Quebradita, mientras que los rayos fosforescente de sus farolas se reflejaban sobre las montañas al otro lado del río, causando pánico en mucha gente que salía despavorida asegurando que el fin del mundo había llegado; las viejitas rezaban para correr aquel espanto que bramaba como araguato y alumbraba con ojos de luciérnagas como si fuera el mismísimo don Tijuy.
Pasada la medianoche se hicieron presentes los actos más ceremoniosos: empezó la gritería en los callejones de La Mesita, llegaron los músicos, la pólvora reventaba en destellos por entre los matorrales y las rondas de miche se hicieron más seguidas. A las tres de la mañana estaba llegando el carro al Pueblo, por la bocacalle de la Glorieta.
El Padre manejaba y la gente empujaba. Por momentos no se sabía si era el carro llevaba a la gente o la gente cargaba a hombros al carro. Cuando aclaró el día lo estacionaron en la plazoleta debajo de un matapalo frondoso junto a la pileta de agua. Es posible que aquella mañana no haya quedado un alma en todas las aldeas y lugares cercanos; al conocerse la noticia de que el carro ya estaba en el Pueblo comenzó a llegar conocidos y desconocidos de todos lados y en pocas horas se llenaron las calles.
Todos querían tocar el carro, subirse y si era posible sentarse frente al volante y adivinar en donde estaba la corneta y cómo hacía para alumbrar, así como olfatear aquella repugnante fragancia aceitosa nunca antes conocida. Algunos curiosos aseguraban ya haber visto uno idéntico a ese en los libros de la escuela, mientras que los jóvenes pueblerinos se jactaban, embelesando a la muchachada campesina, de ya haber paseado en uno de “estos mismos, pero de otro color y más grande", en los viajes que recién habían hecho a Ejido para sacar la cédula. Otras viejitas aseguraban haberlo escuchado por la radio y visto algunos en las hojas de periódicos con las que los viajeros embojotaban las mercancías traídas de “afuera”.
La llegada del carro coincidió con la entonces conocida “semana de miércoles de ceniza”. Por la radio ya se había comenzado a escuchar eso de los carnavales en la Venezuela que ya era moderna y que se estaban volviendo de moda por doquiera, en los que las chicas se ponían máscaras risibles y bailaban empelotas, y los hombres se vestían de diablas locas. Esto no era nada común en Aricagua, pues hasta entonces sólo se conocía el tradicional precepto eclesial del miércoles de ceniza con el que se iniciaba la Cuaresma y don Tifuy quedaba suelto hasta el siguiente sábado de gloria.
Así que los más adelantados del Pueblo aseguraban que en otros lugares se hacían por esos días grandes fiestas y dejaban muchas ganancias, pues eran los nuevos tiempos del progreso. Lo que motivó a que el carro permaneciera durante esos tres días expuesto al público. Ante aquel contagio de entusiasmo el Prefecto decretó tres días de fiesta, con bailes y grandes comilonas, para celebrar en grande la llegada del carro. Entonces, se eligió por primera vez una Reina, siendo electa como soberana, la señorita Enedina Toro Mora, hija de don Ismael Toro y doña Rosa Mora. El trago estuvo bastante controlado, en cuanto que nadie se acordó de pelear, pero la alegría y el entusiasmo se desbordaban en las calles del pueblo de Aricagua, con la buena música de los violines y guitarros y bastante pólvora.
El miércoles el Padre celebró la misa e impuso la ceniza a sus feligreses y en su función de párroco, contagiado de la emoción colectiva, decretó aquel acontecimiento histórico y celebrativo como nueva fiesta al Santo Cristo de Aricagua, en acción de gracias por la milagrosa llegada del carro.
Agotados los ánimos por la tanta brega en el camino y los templetes festivos de tres noches íntegras, el párroco dio orden al chofer Demetrio para que guardara el carro en la casa cural. Una vez puesto el carro bajo techo, comenzaron a surgir anécdotas picarescas que nos han hecho reír por más de medio siglo. Se cuenta de un paisano que llegó con un tercio de cogollo de caña para picarle una primera ración de pasto al carro, pues le preocupaba que ya llevaba tres días en la plaza sin comer; por agua no se apuraba, pues si había visto que le habían puesto en la plaza y hasta lo habían bañado al día siguiente de su llegada. Otro cristiano preguntaba que por dónde meaba ese animal, porque para obrar si le veía el hueco. Y un tercer manamana preguntaba al chofer, cómo haría para él agarrarle una cría, ojalá que fuera hembra para asemillarse más rápido.
El acontecimiento de la llegada del primer jeep a Aricagua se dio en febrero del año 1960. En todos los Pueblos del Sur merideño, los sacerdotes de la época fueron los impulsores de estas hazañas con el protagonismo de sus gentes, hecho que les mereció el calificativo de "los padres camineros". Siendo el Padre Pedro Antonio Moreno el pionero de esta gesta histórica en Aricagua, uno de los pueblos del sur merideño más alejado y aislado de su ciudad capital, por la misma configuración natural de los relieves andinos.
Referencias y autoría:
Tony Escalona Pérez, El Cuentacuentos, en entrevista realizada al P. Pedro Antonio Moreno, el 06 de agosto de 2016, en el Santuario del Santo Cristo de Aricagua. Fuente reescrita como reseña histórica en El Corozo de Barinas, el 13 de febrero 2024, como pieza literaria de su colección anecdótica en construcción “mentiras que pueden ser verdades”.
M. Plaza de Arikawa, corredactor con aportes de datos relatados por abuelos campesinos, testigos directos de este acontecimiento, enriqueciendo el texto con arreglos técnicos de estilo y redacción, para la obra en construcción Antología Cultural “Aricagua ¡Así la recuerdo!", en León Guanajuato, 06 de agosto de 2024.
UN SUEÑO EN LA MONTAÑA
¡Pedaleando en la fe de los sureños!
(Por Tarcisio Sosa Pérez)
"Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo
y no en los resultados.
Un esfuerzo total es una victoria completa."
(Gandhi)
PARTE UNO: AL ANDAR SE HACE CAMINO
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1. Pedaleando sobre una idea.
El cumplimiento de una promesa al Santo Cristo por parte del joven Bonamí Candales quien, tal vez emulando a su padre en rutinarios viajes a pie, hizo un recorrido solitario en bicicleta en 1990, siguiendo la ruta: Mérida - El Morro - Aricagua.
Este hecho marcó un hito histórico en lo del ciclismo de montaña por estos rumbos del Sur. En principio calificado por algunos como una locura y para otros se planteó como un reto factible, un ejemplo a seguir, sobre todo para los aficionados del manubrio y ruedas sobre montañas.
Aparte del Proyecto Cicloturista en honor al Santo Cristo, se conocen otras evidencias de esfuerzos y recorridos parciales en la zona: Tramos para entrenamiento esporádico por ruteros del ciclismo activo, como el caso de Rujano. Una jornada cumplida desde los Nevados, hace algunos años, con la participación activa del entonces ministro Izarra.
La importancia de reseñar los diferentes hechos que atañen a la historia de cada pueblo es tal que, al pasar desapercibidos, sin divulgar, no se conocen y se pierden en el tiempo.
Hay dos razones básicas para divulgar esta hazaña, la vinculación del Proyecto Cicloturista con la Fe de Aricagua y la continuidad de un planteamiento inédito en las rutas sureñas. Razones por las cuales es importante hacerlo.
2. Una increíble ruta cicloturista
En algún momento oímos decir de forma irónica, “eso es más difícil que ir y venir a Aricagua en bicicleta", y lo decíamos con convicción ¡Hoy en día esa utopía desapareció y ese sueño ha sido posible con la fuerza y fe en el Santo Cristo! Y es que desde el año 2015, un grupo de soñadores se dispuso a emprender una ruta cicloturista y de peregrinos en honor al Santo Cristo y que, en los ocho años siguientes, sólo interrumpió su recorrido anual al Sur durante dos años debido a la pandemia mundial del COVID-19.
El objetivo de esta iniciativa no es la competencia, sino el cultivar los lazos y valores de hermandad, solidaridad y humildad a través de la Fe.
La peregrinación cicloturista en honor al Santo Cristo de Aricagua, es una idea hecha realidad y que se planteó como necesidad de dar a conocer la fe y milagros del Santo patrono. Fue una empresa asumida bajo la acertada conducción de Freddy Toro, nativo de Acequias y Edicta Alvarado, hija de Aricagua, como organizadores que la visualizaron como una ruta cicloturista y de peregrinación.
Representa un Proyecto de Fe motorizado por esta pareja de deportistas, consumados como artífices, entusiastas y fervorosos creyentes quienes desde el inicio fungieron como pioneros de una hermosa proyección de fe y esperanza.
Para muchos pedalistas aventureros representaba la oportunidad de conocer a Aricagua, la perla escondida de los Andes, uno de los pueblos más aislados del Sur merideño. Por otro lado, se tenían referencias del difícil tramo como lo es la temida Cuesta de La Cabrera, planteándose en su historial como un desafío o un verdadero reto a asumir.
3. Nace una idea.
Y es que sin conocer el caso mencionado que aisladamente algunos tramos fueron utilizados como sitios de entrenamiento para ruteros del ciclismo y otros pioneros, pero el caso es que a la vuelta de unos 17 años de la llegada de Bonami Candales, se haría una prueba y se plasmaría como un planteamiento serio y esta vez con un soporte igualmente basado en la fe y devoción al Santo Patrono de Aricagua.
4. Exploración preliminar a una increíble ruta ciclística.
En 2007 se ubica como el momento de tantear y sopesar en sí la idea, en lo que podría denominarse una gira exploratoria a Aricagua en bicicleta.
La prueba se dio en un viaje que serviría de ensayo, al tiempo de cumplir con una reunión familiar. Explorando y cubriendo, por vez primera, la ruta en bicicleta en su trayectoria Mérida - El Morro - Aricagua (Pueblo Viejo), en dos etapas, con siete participantes, una dama y seis caballeros.
Después de conversar animadamente en Aricagua el tema del recorrido, además de una factible y nueva ruta hacia el Sur y al entusiasmarse el grupo, deciden aventurarse a explorar la nueva, difícil y desconocida ruta Aricagua - Caparo – Capitanejo, en dos duras etapas.
En la segunda etapa de este improvisado recorrido, aunque más corta, desde el paso sobre el río Caparo, subiendo hasta el Alto y luego la bajada a Capitanejo del estado Barinas, se hace muy fuerte el recorrido, y más cuando se está en tiempo lluvioso.
Subiendo, implica que cuando se dan dos pedaleadas hacia adelante, la bicicleta se impulsa dos o tres para atrás, por ser el terreno de una consistencia gredosa y con escasas piedras.
El recorrido es muy duro y difícil, amén de tener la incertidumbre a lo desconocido y comentado por lugareños.
Desde esta dura experiencia y los ajustes del caso, pasaron ocho años más para decidir darle forma al nuevo planteamiento, además de sumarlo a otras experiencias.
Finalmente se define el 2015 como el inicio de la ruta cicloturista y de peregrinos en honor al Santo Cristo. Es así como en ese año se le da inicio formal, para marcar un antes y un después en "el ciclismo de montaña" y que hasta el 2023 va por su octava edición.
Pero fue así como se gestó el proyecto de la ruta cicloturista y de peregrinos en honor al Santo Cristo de Aricagua.
Al escudriñar en costumbres de los pueblos del Sur, en base a su difícil topografía y la ocupación u oficios, no hay tradición para el ciclismo y es donde precisamente se le da la máxima valoración y méritos a estos emprendedores de sueños.
5. Y ahora la invitación al insólito viaje en bicicleta
La invitación es a dejar temores y montarse en dos ruedas y aferrarse sobre el manubrio de una bicicleta virtual, para vivir y disfrutar cada palmo de emoción en este mágico recorrido sobre carreteras y caminos de estas tres rutas sagradas que conducen y unen a Mérida con la perla más remota y escondida del Sur merideño, nuestra Aricagua.
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PARTE DOS:
LAS TRES VÍAS DE ENTRADA
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1. Abriendo brecha por El Morro
2015: Ruta por El Morro. La peregrinación se inició como organización por El Morro", siguiendo el trayecto Mérida - El Morro - Aricagua, en un recorrido de 95 km, dividida en dos etapas y la participación de 15 ciclistas.
Saliendo de la pequeña pero emblemática Capilla del Santo Cristo, en la Piedrota, en el Chama, a las 8:00 am del 5 de agosto del 2015, partió esta significativa gira en honor al Santo Cristo de Aricagua, donde 15 pedalistas arrancaron con el propósito llegar al Santuario y dejar una réplica de la Imagen Sagrada.
El recorrido de los primeros 8 km, en ascenso, se hizo al ritmo de unos 8 km/h, disfrutando de una vista hermosa sobre el casco de la ciudad de Mérida: el área urbana, el aeropuerto y en la periferia el majestuoso río Chama.
Al ritmo del pedaleo en ascenso la caravana se fue internando en la montaña, buscando el Cambur, el Hato los Pérez y el Plan, escoltados por funcionarios del cuerpo de bomberos y policía estadal.
Después de recorrer un largo tramo en topografía plana, bajo el soplo de la fresca brisa paramera que también hacía el recorrido, se inició el descenso para llegar al Morro a las 4 pm y de esta manera culminar la primera etapa como "calentamiento".
En el Morro fueron recibidos por el párroco el Padre John Chacón, ofreciéndoles posada y comida. El entusiasta sacerdote se sumó pedaleando en la caravana desde Mérida, en su bici, así como también lo hizo el Padre Yandarwin de la parroquia el Castor de los Próceres.
El Morro es un pintoresco pueblo al Sur de Mérida, a una altitud de 1.750 msnm, enclavado en escarpadas montañas de color ocre, mostrando sus heridas lacerantes como testigos de la actividad erosiva de una civilización pasada.
Al día siguiente, muy temprano, para cubrir la segunda etapa, se siguió con la misma ilusión, con el objetivo de llegar peregrinantes al Santuario del Santo Cristo en Aricagua, en los caballitos de acero y así mismo llevar la réplica de la sagrada imagen.
Después de desayunar se dispusieron a reanudar la gira en esta segunda etapa saliendo del Morro, por una vía que impedía mirar abajo y obligaba a descender lento, sin mucho afán, medianamente asustados, haciendo esa escalofriante bajada a través de unas cerradas curvas, bordeando un profundo y erosionado cañón hasta caer al río Nuestra Señora, para proseguir luego el temido ascenso de unos 5 Km por la Cuesta de La Cabrera.
Afanados por salir en breve de la escarpada cuesta se comenzó el ascenso. Algunos contaron 60 curvas, otros 50, pues de tanto esfuerzo para subir se pierde la cuenta. En fin, los que subieron con más tranquilidad contaron 56 a un ritmo de 4 a 5 km/h, hasta llegar a la cabecera.
Una paradita sin mirar atrás, una empujadita sin la cabeza levantar, apreciando los paisajes hermosos que ofrece la Sierra Nevada y el páramo Don Pedro. Al fondo quedaría el Morro, pueblo de gente laboriosa y emprendedora que trabaja la tierra a la luz del sol.
Esta trocha representa un tramo de mucha peligrosidad para los no conocedores. La subida se asume sin carreras, compartiendo de a poquito y así mismo alimentando y liberando a un cachorro donde algún desalmado lo amarró y abandonó.
Y así se seguía entre curva y curva, pedaleando y buscando la bodega del señor José, en procura de algo de comer. Pero la ilusión se fue, pues estaba cerrado y por la situación, ni una empanada.
En la parte alta de La Cabrera, representantes de la Alcaldía de Aricagua esperaban y recibían a la caravana con agua y unos cambures para calmar la ansiedad.
Después de tomar el refrigerio y un breve descanso, se disponen a continuar la travesía de unos tres km para alcanzar el páramo Don Pedro a una altura de 2.300 msnm., con su agradable clima, de brisa constante y temperatura que oscila de 10 a 12 grados.
La presencia de un limpio cielo azul a la altura de la “Travesía de la Médica” hace más vivaz el paso de una bandada de torcazas que a diario escudriñan los barbechos vecinos en procura de las primicias de alguna siembra de arvejas o trigo por parte de algún confiado labriego. Se observa también el esperanzador sistema de regadío para apoyo a la agricultura local.
Desde el enlace de esta vía, con La Pica que viene de San Pedro, se inicia el ascenso al Portachuelo hasta llegar a la laguna y de inmediato a la capilla de la Virgen, como lindero para entrar al Municipio Aricagua.
Luego se emprende un resbaladizo descenso asumiendo otro tipo de riesgos, apreciando un bello tramo montañoso húmedo, con muchos columpios que de seguro mantiene despiertos a los transeúntes.
Se aprecian paisajes hermosos con nacientes de aguas cristalinas y caídas en pequeñas cataratas que van formando majestuosos arroyos mágicos y lagunas que conforman todo un encanto. Es como si el tiempo se hubiese detenido y no avanzara. Allí está el origen de la belleza de un paraíso con que Dios premió a este pueblo.
Se hizo una parada para reforzar el refrigerio, ingiriendo arepitas y arroz como los chinos, con una sardinita revuelta a manera de una escasa y necesaria proteína.
Era mediodía cuando se empezó el descenso de los últimos 40 km, imponiéndose la necesidad de pedalear con mucha prudencia y cuidado, ya que la vía por la humedad se torna resbaladiza, cambiante y luego suave. Así a todo lo largo del cañón por donde está muy intervenida de forma voraz y despiadada la parte alta de la cuenca del río y sus nacientes hasta su paso por Aricagua.
El barro y el agua del camino suma la caída de un pedalista que causa preocupación en sus compañeros de ruta, pero el personal paramédico que los acompañaba fue oportunamente en su auxilio. Al mal tiempo buena cara, se dejó atrás una nube de malos pensamientos y continúo la avanzada llenos de ilusiones y una paz que solo aquel que logró pasar por allí dejó esos encantos.
Más adelante se haría otra parada de revisión para las bicis, recordando que el Santo Cristo aún les espera. Se siguió el recorrido por restringidos caminos pasando la quebrada de la Alfombra, bajando a la India, siempre con mucha precaución por las caídas que ocurrían de vez en cuando sin poderlas evitar. Al llegar a San Benito reposaron otro rato.
Se pasó la Cuesta del Padre llegando a la Hondura, luego el paso de la quebrada El Barro, encaminándose a los sectores conocidos como el Mesón, el Corral y la Laguna en Mocomboco. Interrumpe el silencio natural un grupo de cotorras que posaban sobre la copa de un colorido ceibo o bucare y que al paso de los intrusos salen despavoridas y jadeantes.
Es un privilegio observar este hermoso paisaje, de suave relieve, con fincas y viviendas cada vez más frecuentes, en un fértil territorio con esporádicos y sorprendidos transeúntes. El pedaleo por momentos se hace monótono, pero es común el frecuente vuelo de aves canoras y de pronto sorprende una pareja de veloces y ágiles ardillas rojizas que momentáneamente acompañan la caravana y trepan transitando rápidamente por las ramas de árboles y en paralelo a la carretera hasta perderse en la vegetación. Y es precisamente durante tal contemplación que se aprecia a lo alto de otro ceibo una gigante macolla de orquídea que tributa un hermoso ramo inmenso de moradas flores, inalcanzable pero presente en este hermoso cierre de la segunda etapa.
Reunidos y rodando en un único pelotón los pedalistas llegaron al Marqués, en donde estuvieron tentados por darse un merecido y refrescante chapuzón en las profundidades del padre río, pero entendieron que este no era el propósito y tal vez interpretando que el mismo Cristo lo impedía, porque las aguas estaban revueltas por el Altísimo, como en reprimenda hasta que se cumpliera el compromiso en el Santuario.
Como detalle curioso, al paso de la caravana, a la distancia se observa a un joven jinete, tal vez aprendiz de amansador, que lucha con un asustadizo y brioso corcel negro que espantado se resiste a seguir.
A la altura del Puente El Guayabo entre trago y trago, un pequeño grupo de amanecidos borrachitos discutían y apostaban sobre el impulso de las bicicletas en la subida de La Cabrera: que si por pedaleo o propulsadas, hasta que la advertida presencia a distancia del Cura los obligó a desaparecer.
Al día siguiente al llegar al Pueblo, la colorida caravana era esperada por gran cantidad de personas, el contagioso repique de campanas y el entusiasmo del párroco P. Albeiro que los recibió esparciéndolos con abundante agua bendita, como complemento de una multitudinaria bendición, con la que loaba el compromiso y esfuerzo de los pedalistas de montaña. Reanimados con el repique de campanas se dispusieron a entrar al Santuario, en calidad de peregrinantes, para la adoración y cumplimiento de la promesa al Santo Cristo.
En la sentida ceremonia durante la llegada en bicicleta fue impresionante ver y vivir el fluir de tantos sentimientos de fe, en donde la respiración se acorta, el más duro baja la cabeza, se pide perdón y una lágrima que por orgullo no se deja caer se ve dibujada en el rostro experimentando una bella experiencia o tal vez en cumplimiento de la Promesa.
Al pueblo llegaron nueve pedalistas peregrinantes, pero de acuerdo con el compromiso establecido como promesa, todavía faltaba un día más de visitas a otras aldeas para llevarles la réplica del Santo Cristo, como así se hizo. En este caso el promotor Freddy Toro, se dispuso a visitar familias, capillas y enfermos, culminando la peregrinación con el recorrido ciclístico en la travesía la Hondura, Pueblo Viejo, Hato Viejo y Buenos Aires, para retornar nuevamente por la vega del Marqués a Mocomboco, como cierre de una dura pero provechosa gira hecha promesa.
2. Nos vamos por Acequias y San Pedro.
2016: Por Acequias y San Pedro. En esta segunda vuelta peregrina se trazó como variante la innovadora ruta por la aldea de San Pedro. Se decidió salir desde Ejido que representaba una ruta hermosa pero muy dura.
El sábado 05 de agosto del 2016 se partió desde Ejido por Tierra Negra, con exigente ascenso, hacia Acequias, ubicada a 2.470 msnm, como primera etapa. Para luego seguir con la segunda jornada, Acequias - San Pedro - la Pica - Aricagua.
En la planificación de esta ruta, se demostró gran capacidad de organización, lográndose la más numerosa participación con 62 pedalistas. Este numeroso grupo transmitía mucho ánimo y disposición de salir, pero aún no se sabía el por qué. Tal vez por el afán de tomar una ruta desconocida o por la peregrinación con la nueva promesa de llevar el Santo Cristo en su gira de montaña.
Ciclistas peregrinos provenientes de Valencia, Trujillo y Mérida, todos devotos del Santo Cristo emprendían esta aventura tomando este viejo camino, tan estrecho como abandonado a través de los años que, sin duda, en el pasado constituyó una importante vía de comunicación que unía los pueblos del Sur con Acequias.
Al inicio de esta primera etapa fue evidente el desgaste en la subida a Tierra Negra, Sector los Parapentes. Tierra Negra, sin saber por qué del nombre, pero en donde los peregrinos, negras la pasarían para recorrer ese primer tramo. Salieron con retraso, sin mucho afán y durante el recorrido fueron observando y disfrutando la hermosa vista, al fondo a San Juan de Lagunillas.
A partir de Tierra Negra se siguió la ruta trazada pasando a la quebrada de Tostós donde los Pedalistas se refrescaron. Luego continuarían la subida por Mucuturí, una cuesta que pocos suben corriendo, pasando por la capilla de San Antonio para llegar a Mocheré. Y unos cuantos se preguntaban a quién se le ocurre ofrecer estas promesas y por qué.
Al llegar a la entrada del Ático donde los primeros que arribaron descansaron considerable tiempo y los últimos solo un momento, ingirieron naranjas, pan y refrescos.
Se siguió con sumo cuidado la vía a la Vega evitando caídas, y como todo lo que baja sube, el tramo para llegar a Mocotoro implicó un gran esfuerzo.
Los primeros pedalistas que llegaron a Acequias tuvieron que aguantar frío y esperar con paciencia para entrar al pueblo, pues debían esperar hasta que llegara el último, pues era lo convenido. De esta forma se comenzarían a pagar las promesas individuales: el que llevaba el Cristo tenía su garganta seca, pues nadie le ofrecía siquiera una receta. Al entrar al pueblo les esperaba el párroco, Padre Jesús García, con el agravante de que venía de Mérida pedaleando junto al pelotón trasero de la Caravana.
Instalada la caravana en el pueblo, los ciclistas comieron y se dispusieron a descansar lo más que pudieron, para poder continuar al día siguiente bien reconfortados. Con toda devoción y siguiendo con el objetivo se dejó una réplica del Santo Cristo en Acequias.
Acequias representa un hermoso pueblo con espectaculares parajes, singular belleza, arquitectura tradicional y una reconocida calidez en el trato de su gente. Aquí en Acequias se dio un cálido recibimiento con el entusiasmo transmitido por el Párroco.
El joven párroco de Acequias, antes del Morro y el Quinó, es un amante del ciclismo de montaña y en este caso acompañó parte de la ruta, con un notable desempeño a pesar de contar con una pesada bicicleta de hierro.
Como la generosidad y sencillez de su gente mayor es increíble, al correrse la noticia de que ciclistas peregrinos visitaban el pueblo, causó tal impacto que venciendo las barreras de la timidez indagaban curiosidades en los ruteros, así como haciendo ofrecimientos: que si su ayuno depende estrictamente de los habitantes de la ruta, que si pueden recibir dos arepitas con harina molida en una piedra… El significativo obsequio de las dos arepas de harina de trigo, solas y dispuestas en cuarticos llegó a un grupo de pedalistas, cuando se disponían a descansar y fue motivo de impacto en el sentido afectuoso de atención y desprendimiento. En la ruta se destaca y observan evidencias que la forma de subsistencia de la comunidad es muy precaria, con escasas cabras, algunas vacas, ovejas, esporádicos bueyes y bestias para acompañar en las duras faenas y de transporte diario.
Partiendo la colorida caravana y dando paso a la segunda etapa, pedaleando por el Molino a Mucusá sin mirar al de atrás, pues la expectativa era pasar en breve al pueblo de San Pedro, donde la familia Pérez esperaba al grupo de escarabajos con un aromático cafecito.
Es un bello espectáculo apreciar tapetes de cultivos de ciclo corto y siembras que ante el paso del viento se forma un maravilloso oleaje que conforma un tapiz vegetal multicolor de mostaza, papa, trigo, cebada, arvejas, maíz, habas, caraotas, moras, entre muchas otras variedades del cultivo paramero, formando cortinas de increíbles formas y colores. Para las aves canoras representa una diversión alimenticia donde se disputan las primicias de cada cosecha.
Con conocimientos ingeniosos de los labriegos se ha mejorado en algo la dotación de agua para planificar sus siembras, con algunas facilidades para riego, ante el suministro y dotación de tuberías.
Dos niños, muy emocionados, en sus caballitos de acero, similares a los de la caravana, también entraron pedaleando al pueblo. En la aldea San Pedro se vivió un inusitado ambiente festivo, donde se entonaron alegres repiques de campanas, acompañados con pólvora como recibimiento al Santo Cristo.
San Pedro como la aldea más importante de Acequias tiene un particular encanto, gente abnegada, católica y laboriosa. Posee un grupo de casas de paredes en tapia, techo de teja a dos aguas y viviendas con largos corredores. No presenta calles en sí, pero las casas se agrupan en torno a la pequeña plaza a las orillas del camino real.
Al entrar al templo se oyó la interpretación de un sentido cántico que a todos llenó de regocijo y los hace temblar desde las canillas a la cabeza, propiciando lágrimas de emoción. El Diácono Tiburcio, ese padre de pueblo, dejaría un mensaje para la Peregrinación, donde recalcaba que el Santo Cristo siempre los esperaría a todos y donde sugería que esta peregrinación debería complementarse con un ayuno. Igual que en Acequias, en San Pedro se dejó una réplica del Santo Cristo.
El recorrido sigue mostrando un verdadero deleite visual. Con un pleno disfrute de paisajes, quebradas, gente laboriosa y correcta que recibían con entusiasmo único por donde pasaba la caravana, con sol, sombra y con agua llevando sobre las bicis la réplica del Santo Cristo de Aricagua.
Con el trazado de esta ruta se evadió el martirio de la subida a La Cabrera, pero se encontró con el no menos tortuoso tramo San Pedro - La Pica, que en muchos sectores obligó a los pedalistas a bajarse de sus caballitos de acero y cargarlos a hombro.
En solidaridad y con mucho entusiasmo la Comunidad de San Pedro acompañaría y despediría a la caravana hasta la bajada de EL Molino, en un lugar adyacente a un caudaloso río que viene de un alto filo conocido como El Muerto.
Después de este abrupto descenso hasta el cauce principal, la caravana ciclística comienza a emprender un empinado tramo hasta el enlace con la Pica que une con la carretera principal de El Morro a Aricagua. Se remató con premura el difícil trecho final de la Pica, donde la hora avanzaba y el hambre apretaba.
Para mayor sorpresa, al salir de la cuesta un voluntario pudo ofrecerles solo agua, ya que el papelón con todo y filtro, en la aldea de Mocotoro un amigo de lo ajeno lo guardó para sí junto a otros implementos del Santo Cristo que se habían prevenido para la ayudar a la caravana.
Ahora de nuevo en el camino conocido por varios de los ciclistas y por muchos de nosotros que pasamos con ellos el año pasado, en la primera y aventurada gira peregrinante hacia el 6 de agosto a Aricagua.
Dejando atrás la intrincada Pica y saliendo al enlace con el Portachuelo, por la ya conocida y rocosa cuesta, que con seguridad disminuiría el desespero para rematar en subida al páramo Don Pedro.
Un participante que traía a su perro en la cesta de su bicicleta, a la altura del Portachuelo lo bajó para declararlo el primer can peregrino que acompañó a la caravana en todo el recorrido.
Allí se terminaron las subidas y todo cambió al darse la bajada, pues deberían descender con cuidado como la vez pasada. No obstante, algunos resbalaron y llegaron exhibiendo codos y rodillas peladas, como marcas o como trofeo de la gira peregrinante. No faltó a quienes le impactara el cambio en esa larga bajada y aunque se disfrutó del paisaje, por algunas imprudencias de velocidad en la carrera, recibieron su premiación.
Después de atravesar la quebrada La Alfombra, La India, Cuesta del Padre, Los Cerrajones, Mocomboco y La Laguna, arribaron los primeros pedalistas al Marqués, en donde en esta ocasión Similiano Valero les esperaba con un suculento sancocho.
Al día siguiente y por segunda vez la llegada al pueblo, en el último tramo desde el Marqués. Los habitantes contemplaron con satisfacción la entrada de los ciclistas peregrinos que venían de Mérida, esta vez recorriendo la difícil ruta de Acequias - San Pedro, por vías muy difíciles como El Molino, Mucusurú y La Pica.
Como última fase de la segunda peregrinación en bicicleta, se adoró al Santo Cristo con mucha devoción en la que los ruteros se abrazaron, felicitándose, al tiempo que recibían la premiación en el segundo recorrido en honor al Santo Cristo: bienvenidas, felicitaciones y agua bendita.
3. Pedaleando por Mucutuy.
En el 2017 se planteó como Ruta variante la vía por Mucutuy, en el recorrido Mérida - San José - Mucutuy - Aricagua, en dos etapas y previendo partir con 7 pedalistas.
La ruta contempló una primera etapa ascendente desde Mérida, Ejido, Las González, la desértica cuesta de Tierra Negra hasta alcanzar los altos climas de páramo en las proximidades de San José del Sur, para luego rematar con un fuerte descenso hasta la población de Mucutuy. Al día siguiente la segunda jornada Mucutuy - Aricagua.
La salida se dio desde Pie del Llano, en una hermosa, bonita y fresca mañana del 05 de agosto de 2018 a las 7:30 horas de la mañana. Bien temprano, un grupo con 5 calapedistas poco entusiasmados y menos acompañados, pues del Club Travesía Bike solo tres se animaron. En un carro de auxilio llevarían las maletas y también se aprovechaba y meterían dos bicicletas adicionales.
Con un poco de desgano se enrumbaron subiendo de las González, por Tierra Negra, a través de una vía muy deteriorada, con muchas cárcavas por efecto del agua, con cauchos espichados y mucho retraso en la cuesta. Se ingirió refresco, naranjas y algo del “avío" preparado para más adelante.
En cada curva surgían preguntas que por dónde era, que por ahí no se había pasado, que la carretera se veía estrecha, que no se veía ni flechas, pero aún rodeados por las dudas se seguía el camino pedaleando, buscando la altura hacia San José, con poco entusiasmo y sin conocer distancias.
Por fin apareció el solitario pueblo de San José, sin nadie en las calles, solo dos bodeguitas que no tenían nada que vender. Un benefactor les obsequió un trago de café y les comentó algo que a los aguerridos ciclistas les entusiasmó.
En San José se entregó la réplica del Santo Cristo. Se almorzó con lo que se traía y se prosiguió ascendiendo sin mayores comentarios y sin saber lo que iba a pasar. El páramo se veía lejos con un frío creciente, sin duda que pedalear a esta altura afectó bastante.
Ya en San José solo cinco pedalistas pensaban en adelante lo que iban a hacer. Se sentía fuerte el viento que soplaba con un frío inclemente tras las cortinas de una ligera neblina paramera que no les permitía mayor visibilidad.
Algunos entre dientes preguntaban que si faltaba mucho, posiblemente pensando en que sería mejor subirse a la camioneta. Pero de pronto apareció un profético y curioso letrero en forma de señalética: “Calle la Jeta”.
Después de tanto pedalear, ascendieron al páramo a unos 3.122 msnm, con el temor que alguno muriera en ese lugar mágico, rico en leyendas, de lagunas tapadas y de bellos encantos.
Al alcanzar temperaturas de unos 7 grados, tal vez, se comenzó la bajada con los pies temblorosos, era un descenso bastante largo hasta alcanzar la Veguilla. Luego, sobre un relieve suave estaba Mucutuy, dando cumplimiento de aquella apretada primera etapa.
Mucutuy se caracteriza por ser un pueblo de mucha devoción, donde sin ninguna preparación los recibiría el párroco, oriundo de Mucuchachí, argumentando desconocer detalles de la peregrinación. De manera que el grupo se instaló en la Posada, pagando su estadía y recibiendo mucho frío que lo daban de gratis.
Además, Mucutuy representa uno de los parajes más bellos de los pueblos andinos, ubicado al sur del estado Mérida, con altitud de unos 1.380 msnm. En su lenguaje originario Mucutuy se entendería como "el lugar sagrado de las piedras".
Al salir de Mucutuy para iniciar la segunda etapa, se contemplaba unos paisajes impresionantes de una colorida y variante flora y fauna. Hermoso es el colorido de los ceibos bucares, guamos, curos, cafetales y mucho cambural de subsistencia en lugares próximos en pequeñas granjas conuqueras. Son paisajes de ensueños en donde se mira el columpiar de los nidos de los jotes o arrendajos andinos y unas paraulatas revoleteándoles, formando escándalos al paso de los intrusos. Sobre la vera de los caminos culebreros que rodean las encumbradas granjas, es muy común encontrar arrieros de ganado y jinetes a lomo de caballo o mulas.
La ruta de esta segunda etapa pasaría por el punto de la bifurcación de la vía a la aldea de Campo Elías, Aricagua, sin saber a qué distancia quedaría y con la seguridad que del mal tiempo nadie escaparía.
Lentamente se inició un fuerte y largo tramo en ascenso, desde La Hacienda, frente al emblemático Gigante, hasta alcanzar el alto del filo de Mucucharaní. Con mucha dificultad se llegó a la cumbre, pues el barro lo impedía, a tal punto que hasta el carro de apoyo requería el uso de cadenas sobre las cuatro ruedas.
Al entrar en terreno montañoso la lluvia se hizo de compañera y el fango sorprendió a los confiados pedalistas que en algunos casos lucharon para evitar el hundimiento de sus "caballitos de acero", y luego en el descenso igualmente en largas explanadas fangosas.
Como detalle curioso e impactante fue observar a la vera del camino y en un recodo, en principio como queriendo ocultarse, a una entristecida mula rucia, con el lomo expuesto, con unas impresionantes y dramáticas peladuras a nivel del cuarto delantero, como señal inequívoca de tortura por maltrato animal, resultante de la exposición inadecuada de aperos durante un desconsiderado trabajo de carga o silla y en este caso expuesta al abandono por su dueño, al dejarla a la suerte de moscas y gusanos en este solitario destino. Por un momento el cuadrúpedo se anima y sigue a la caravana, corretea, como ofreciendo sumarse al grupo y luego se aparta a continuar pastando en una fría ladera del camino.
El silencio del bosque se vio interrumpido por la algarabía de una bandada de pericos y por la esporádica presencia de las urracas o carpinteros. En algún momento y en un recodo de este paraíso, la presencia de un niño a modo de pastor conduciendo un rebaño de becerros y montando en pelo sobre un brioso corcel zaino. Esta curiosa escena hizo despertar a los pedalistas de la monotonía del recorrido.
Al despuntar el filo se inicia el descenso de forma lenta y sin mucho afán, pues el estado barrialoso del camino lo impedía, donde era mejor caminar que pedalear. Luego fue necesario atravesar la quebrada de Los Palchos, con una considerable crecida en su nivel del agua, asumiendo algunos riesgos al tiempo que se tomaron ciertas medidas.
Se recorrió un largo tramo boscoso, tal vez unos 8 a 12 km, hasta que empezaron a aparecer de nuevo los potreros, el ganado y las dispersas viviendas se hicieron cada vez más frecuentes ante la cercanía de las aldeas de Aricagua, con una significativa diferencia a los paisajes pedaleados por el paso de El Morro y de la misma Acequias.
Después de tantas dificultades, se llegó a la parte más bonita y fresca, con un paisaje hermoso, con bellos pastizales, neblina a ras del suelo y con una impresionante ganadería, en ese bello paraíso llamado La Pueblita; es como un retablo extraído de un lienzo en esa tierra bendita. Lo que demuestra que no es necesario subir al cielo para apreciar estos encantos. Al seguir bajando unos cuantos kilómetros, se encuentra Tierra Santa, aldea de gente laboriosa, humilde y sencilla. Lugares que representan paisajes de ensueño que ofrecen diversos colirios a la vista del visitante, solo comparable a la descripción de una ruta en los países escandinavos.
Mientras tanto, las piernas de los pedalistas acusaban el efecto por tantos kilómetros de recorrido en esta segunda etapa. Afortunadamente al fondo aparece un primer agrupamiento de viviendas que indicaba el final de una maravillosa jornada.
Tras un breve descanso y bajando, porque las rodillas temblaban como maracas, se fue pasando por Las Lomitas, otra bajadita más y para sorpresa se llegó a la Vega.
Con el agua en las costillas y como compañera fiel en el camino, se cumplió la tercera peregrinación, llegando a Aricagua, donde solo siete empecinados pedalistas persistieron en aquella ruda ruta, después de pasar frío, cruzar caudalosos arroyos y difíciles caminos, además de solventar dificultades como el hambre y el cansancio. Pero, en fin, con el compromiso asumido.
En esta tercera llegada a Aricagua, aparte de llegar por la bocacalle sur y no por la Glorieta, la Iglesia los recibía llena de júbilo con repiques de campanas y pólvora, al tiempo que los fusionaba en un abrazo de felicitaciones, previo al disfrute de un aromático cafecito y un almuerzo con sabor a gloria y bienvenida.
Después de aquel afectuoso recibimiento los ciclo-peregrinantes fueron trasladados al Marqués para un merecido descanso y regenerador sueño, arrullados por el eterno zumbido del río en su paso sin receso por los puentes del Amansadero y el Mango.
Allí los encontró de nuevo el 6 de agosto, el día esperado para el cierre de esta tercera jornada peregrinante y en bicicleta, con un hermoso amanecer, preámbulo de llegada al Santuario para bendecir y adorar al Santo Cristo de Aricagua.
( junio de 2023)